Por Germán Vargas Farías
Conocí a Yehude Simon cuando estuvo recluido en Castro Castro. Tenía un aire de monje ilustrado, se mostraba siempre amable, y denotaba una preocupación casi paternal por la situación de otros internos en el Penal. Para quienes desarrollábamos servicio pastoral en la cárcel, Yehude era un referente importante. Lo era también para las autoridades, y para una buena parte de los internos.
Conversaba con él ocasionalmente. Casi siempre para coordinar la realización de alguna actividad o la atención de algún recluso con mayores problemas que otros. Su talante conciliador me impresionó. Nada que ver con ese otro Yehude que conocí a través de la revista “Cambio”, y a quien censuré sin dejar de leer, años atrás. Creyente en el cambio de las personas, excepto de los idiotas con poder, me alegré de su conversión.
Su libertad fue, para mí, una buena noticia. Más de ocho años en la cárcel y el testimonio de no pocas personas sobre las convicciones democráticas y humanitarias de Yehude, adquiridas o afirmadas durante la prisión, me convencieron. Esa radicalidad irresponsable, que tantas veces leí, había terminado.
Hay consenso respecto a que su carrera política post encierro ha sido estupenda. Una buena gestión como presidente regional de Lambayeque, liderazgo reconocido entre sus colegas de las demás regiones, y cierta simpatía tanto entre empresarios como dirigentes sindicales. Excepto algunos personajes vinculados a la mafia fujimorista, Yehude casi no ha tenido mayores detractores entre los grupos políticos. Al menos, no por ahora.
No obstante, el encargo que asume Yehude es notoriamente precario. Y no por insuficiencia de capacidad u honradez, calidades que muchos reconocen en el nuevo premier, sino por el carácter de una administración gubernamental que adolece precisamente de tales virtudes.
Quizás lo recuerde Yehude pues compartió carcelería con él. Luis Alva Ampuero, escribió mientras estaba en prisión:
Ayer me vi en un espejo
mi rostro no es el mismo
mi alma no es la misma…
Y yo recuerdo aquél poema porque alude a un encierro que castra las ideas y que apalea el vivir, y porque contiene lo que parece un consejo para sí y los demás. Forcejeo y pugno contra el presidio / para pervivir y seguir amando.
Es frecuente oír en la prisión que hay gente extramuros que parece estar más encerrada que los presos. Por respeto a los inocentes que estuvieron en prisión y hoy saludan el premierato de Yehude Simon como una reivindicación en tiempos de remozado macartismo, no voy a especular sobre sus cálculos e intenciones para asumir tan alta función gubernamental. A Yehude no creo le haga falta que le recuerden que hace rato está libre, pero quizás le convenga saber que muchos esperan que forcejee y pugne para no dejar de estarlo.
Como en el poema de Lucho, Yehude, ojalá sepas expectorar lo que te jode, y que -tal como te interesaba en la prisión- expectores lo que castra las ideas, lo que apalea el vivir y, especialmente, lo que jode a los demás.
De no hacerlo Yehude, no creo que te vuelvan a indultar.