Por Germán Vargas Farías
Dos trágicos y recientes hechos nos muestran que la realidad supera definitivamente la ficción, y más cuando ésta se presenta de manera tan burda y superficial. Me refiero por cierto a la película “Vidas Paralelas”, producida por la Universidad Alas Peruanas, y el Ejército Peruano.
Si el objetivo era reflejar la verdad de lo ocurrido durante la guerra interna, al menos eso dijeron el día que celebraron el convenio para coproducir la película, Edwin Donayre Gotzch, Comandante General del Ejército, y Fidel Ramírez Prado, rector de la referida universidad, los espectadores deberíamos pedir que se nos devuelva la plata. Porque la película es, sencillamente, una estafa.
El argumento gira en torno a la historia de dos niños aparentemente ayacuchanos, Sixto y Felipe, que se reconocen como amigos y hermanos, prometen quererse eternamente, pero terminan peor que los Gaitán Castro. Es decir, no sólo separados y maldiciéndose el uno al otro (aunque los famosos intérpretes ayacuchanos se reconcilien de cuando en cuando), si no enfrentados a muerte.
El divorcio entre los principales protagonistas empieza en el momento que, siendo niños aún, son testigos y víctimas de una incursión terrorista. Uno termina herido y rescatado por el Ejército, y el otro es reclutado forzosamente por Sendero Luminoso. Cosas del azar y del destino que no son, necesariamente, parte de la lógica con la que algunos quisieran comprender y explicar el perfil de los actores del conflicto armado interno, si no que sirven como base y pretexto para la presentación de una serie de escenas y situaciones que pretenden convertir varios de los argumentos de perpetradores de violaciones a los derechos humanos, Martín Rivas por ejemplo, en cine.
Había leído en una entrevista que se le hizo a la directora de la película, Rocío Lladó, decir que antes de criticar el contenido de la cinta había que verla. Por eso, y por curiosidad, fui al cine y quedé francamente impresionado. Un argumento escrito por un capitán, Carlos Freyre; hecho al gusto del cliente, el alto mando del Ejército; y que bien podría ser parte de una selección del peor cine bélico de la historia.
Ver la película, hizo que lo dicho por el general Donayre me resultase más chocante. Tan exagerado y rústico como suele ser, el jefe del Ejército llegó al atrevimiento de decir que la película sería un evento importante para la historia del Ejército y para la historia del Perú. ¡Como si un aviso contratado pudiese alcanzar tal trascendencia!. Argumentos que casi nadie usa en el cine de hoy, con historias de héroes que se sacrifican por nosotros sin que les entendamos, y menos agradezcamos, son idénticos a los esgrimidos por los perpetradores, y sus cómplices o encubridores.
Si esta película quiso ser un homenaje a las víctimas uniformadas de la guerra interna, fracasaron. Más parece parte de una estrategia propagandística de los Colina. Las víctimas, con o sin uniforme, merecen un cine mejor.
Empecé refiriéndome a dos hechos terribles y lamentables ocurridos en los últimos días. Uno es la intervención militar en la zona de Vizcatán, y el otro es la emboscada terrorista perpetrada por terroristas en Tintay Punco. Historias paralelas de crimen, heroísmo, vileza, y sacrificio. Al menos veinte personas muertas, decenas de ellas heridas, familias damnificadas, e instituciones del Estado que se niegan a aprender.
Una de las normas del decálogo de las Fuerzas del Orden (puede verlo completo en la web del Ministerio de Defensa), dice que las violaciones a los derechos humanos no quedan impunes. El mal cine tampoco.