Por Germán Vargas Farías
No sabía lo que pasaba, no leía Caretas, ni La República, ni nada. Vivía en el SIN, como huésped de Vladimiro Montesinos, personaje que amable y desinteresadamente le enseñó a gobernar, haciendo además buena parte de su trabajo, es decir, elaborar decretos y otras iniciativas legislativas, jugar con Kenyi, proponer y presentarle a sus ministros, tomar fotos y ocuparse de filmar las reuniones familiares, y hacerse cargo de su seguridad y la de su familia. El asesor ideal.
Él sólo dictaba las políticas, las directivas, no intervenía en las estrategias. No era militar, por tanto no elaboraba planes. Es más, tan difícil le fue ser presidente y jefe supremo de las fuerzas armadas, que hasta tuvo que aceptar la discriminación de los militares que no aceptaban como mandatario a un hijo de japoneses. Él era un “chinito” bueno y confiado que andaba por el país luchando contra el terrorismo, la pobreza, y la corrupción. A todos esos graves problemas derrotó, solito.
Bonito. Todo le parecía bonito. Tudela, bonito. Gilberto Siura, bonito. Hermoza Ríos, bonito. Martín Rivas, bonito. Carlos Raffo, bonito. Así es como ve el mundo el inocente, el que carece de maldad. Un alma limpia de malicia no hace caso de rumores sobre la existencia de escuadrones de la muerte. ¡La gente no puede ser tan mala!, piensa quien tiene la conciencia virginal. ¿Desaparecidos?, en Argentina. ¿Ejecuciones Extrajudiciales?, en Guatemala. ¿Tortura?, en Chile. ¿Barbarie?, el Holocausto.
Inocente es quien no necesita explicarse, dijo Albert Camus. No sabe, no recuerda, no dice nada. Sí el obispo Williamson niega el Holocausto, y el cardenal Cipriani niega la barbarie del conflicto armado interno en el Perú, ¿por qué tendría que saber, precisamente él, que Colina hacía sus operativos con pico, lampa y cal, además de armas de fuego?, ¿por qué ser tan radical y negarse a aceptar que las cámaras de gas eran simplemente para desinsectar sucios judíos, y que los hornos de Cabitos apenas servían para preparar el pan de los detenidos que luego nadie vio?.
Y la pregunta definitiva ¿dónde está el documento con firma y sello del presidente, en el que ordena matar gente?. Que lo muestre Ronald Gamarra o la ministra de Justicia, Rosario Fernández, que se atrevió a decir -apenas asumió el cargo- que lo creía culpable. No pueden entender, acaso, que el responsable de la victoria contra Sendero Luminoso y el MRTA, el que logró el rescate de los secuestrados en la residencia del embajador de Japón, y el que apenas ostentaba el modesto cargo de jefe supremo de las Fuerzas Armadas, sólo tenía el mando, pero no el comando?
Para mi es más que evidente, no existe orden presidencial para matar personas, tampoco la hay para acabar con la verdad y asesinar la justicia. Asistimos a la etapa final de un proceso que esperamos concluya con una sentencia ejemplar. En este juicio NO se ha conocido el retrato de un inocente, hemos descubierto la figura de un personaje criminal, e indecente.