Escribe Gustavo Oré (CNDDHH)
Le pido excusas amable lectora o lector por escribir este artículo en primera persona, pero no me nace hacerlo de otra manera. Después de algunos meses de no asistir a las audiencias del juicio que se sigue contra el ex-presidente dictador Fujimori, pude hacerlo el día de hoy, donde las víctimas y sus familiares se hicieron escuchar a través de sus abogados ante un Tribunal que se encuentra a punto de pasar a la historia de la humanidad, y no es exagerado decirlo.
Más allá de la sólida argumentación jurídica, esta semana en la que la parte civil ha concluido con sus alegatos, percibí como las gargantas de todos quienes observábamos la audiencia se anudaba en torno a una mezcla de sensaciones: indignación, emoción, tristeza, satisfacción por la lucha no violenta que va abriendo paso a la justicia, solidaridad con las lágrimas de las madres y hermanas de las víctimas; esas que algunos conteníamos con esfuerzo y otras personas desencadenaban libre y solidariamente. Esas lágrimas que pudieron ser las de mi madre, pues yo también fui estudiante universitario en aquella época, también soy inocente de cualquier delito.
Pude observar también su rostro, señor Fujimori, pude ver como era incapaz de enfrentar la mirada de los abogados que lo acusaban con la fuerza de la verdad, escondiéndose y enterrando el rostro dibujado por el miedo en un cuaderno donde fingía tomar notas. No es esa la actitud de un inocente. Un inocente se sentiría indignado si es que se le imputan delitos falsamente, existe un lenguaje no verbal para expresar sensaciones, hoy se evidenció que el cinismo tiene un límite, porque es innegable que usted mató personas inocentes con su anuencia, con su complicidad, con su autoría mediata, que no es más que una categoría jurídica para calificar su responsabilidad criminal. Aunque no haya presionado el gatillo, presionó en las mentes y las conciencias de militares mal formados, que es peor aún. Por ello, aún cuando haya ensayado hace meses gritar y actuar, hoy expresa culpabilidad.
Usted todopoderoso gobernante de un tiempo de inefables atrocidades, cuyo destino estaba predestinado por la historia de los dictadores, que terminan sucumbiendo y envueltos en la pus de sus delitos. Aunque en su caso es distinto, pues es civilizado su final –juzgado- no linchado ni asesinado. Usted, que permitió que se le entregaran los restos de los asesinados en cajas de leche gloria a sus familiares, usted que conocía, al igual que todo el Perú de estos asesinatos y sin embargo felicitó al destacamento colina y luego amnistió a sus integrantes; hoy escuchó, finalmente, la voz de quienes siempre quiso acallar, quemar y desaparecer. Hoy le hablaron a través de sus fotografías, sus recuerdos, sus familias y sus abogados, hoy le hicieron dar cuenta que la verdad se abre paso, hoy hablaron los muertos, y usted no pudo siquiera levantar el rostro.
Y hablaron sin rencor, sin ánimo de venganza personal. Nadie quiere que a usted se le torture, como en su régimen se torturó, nadie pretende que se le asesine, ni a usted ni a sus seres queridos, como en su régimen se asesinó. Simplemente se quiere justicia, y ello es una lección que debemos aprender de las familias de las víctimas. Al finalizar la audiencia pude hablar con Carmen Amaro, hermana de uno de los estudiantes inocentes asesinados. ¿Cómo te sientes?, le pregunté. Fortalecida, me respondió serenamente y mirándome a los ojos, transmitiéndome una fuerza y una paz que no se puede describir con palabras, realmente me enseñó en ese momento cuan noble puede ser un ser humano, que después de todo lo que pasó; no odia, ni tiene sed de venganza. Ojalá usted también aprenda algo de esa nobleza señor Fujimori, en los años que le quedan en prisión para reflexionar.
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