Por Ronald Gamarra Herrera
(Publicado en La República 16/04/2010)
Esta semana sesionó por algunos días en Lima la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Este es un hecho de gran importancia política, institucional y simbólica. Por un lado, es una reafirmación de la vocación democrática de nuestro país albergar a este organismo que cautela el respeto al núcleo esencial de toda democracia, que eso son precisamente los derechos humanos, que algunos desorientados y fascistas se empeñan en repudiar. Por otro lado, es la reafirmación de nuestra pertenencia al sistema interamericano de protección de los derechos humanos, que la autocracia de Fujimori y Montesinos pretendió desconocer y de la cual quisieron apartarnos en abierta violación de la legalidad nacional e internacional.
Pero como el respeto a los derechos fundamentales es un asunto de contenido y no solo de formalidades, en el país ocurrían hechos que nos exigían actuar. Por un lado, un nuevo escalamiento de los conflictos sociales ponía sobre el tapete la urgencia de impedir de una vez por todas que la muerte se siga considerando como un “costo social” natural o inevitable a la hora de restablecer el orden público. La exigencia es clara y la formuló netamente la Defensora del Pueblo: no queremos y no podemos admitir más muertes por causa de los conflictos sociales.
Por otro lado, el cuestionamiento a la burla racista, a la mofa digna del apartheid que en los medios de comunicación pasa por “sentido del humor”, tuvo un resultado inicial positivo, aunque aún precario, con la suspensión de un personaje que denigra a la comunidad afroperuana. No obstante, aún queda mucho por hacer, pues el humor discriminador es algo que brutalmente permea a los medios y a toda la sociedad, y no son pocos los que están dispuestos a defender como “libertad de expresión” la burla sangrienta dirigida impunemente contra comunidades históricamente estigmatizadas.
Y precisamente, al hablar de derechos, no podemos dejar de referirnos a CEDAL, que acaba de cumplir 33 años y no los representa; pues a juzgar por su dinamismo y vitalidad parece que tuviera menos. Que un esfuerzo de la sociedad civil muestre tal perseverancia y voluntad de persistencia, es un hecho que llama la atención y debe entusiasmarnos, porque fatalmente la capacidad y vocación de perdurar no es algo que caracterice los múltiples afanes de los peruanos, que pareciéramos condenados a ver frustrarse nuestros esfuerzos mucho antes de haber alcanzado el tiempo de la madurez. Ese no es el caso del Centro de Derechos y Desarrollo de hoy, que antes fue el Centro de Asesoría Laboral, que siempre ha sido y será una referencia del buen trabajo por el desarrollo social de nuestro país.