Por Rocío Silva Santisteban
El sentido común de que los partidos políticos son un nido de oportunistas y que no sirven excepto para articularse antes de las elecciones es una de las herencias cancerosas del fujimorismo que pretendió reemplazar la política por una tecnocracia “apolítica” disfrazada de profesionales muy eficientes. Esta percepción sigue vigente con la presencia del “técnico” Castilla en el Ministerio de Economía, aunque sabemos todos que su decisión de evitar gastos es absolutamente política si ahorra para devolver bonos de la deuda agraria y rechaza los aumentos ya aprobados por ley al magisterio, los médicos y el Poder Judicial.
Este y otros motivos han permitido el debilitamiento de los partidos políticos y del activismo partidario en sindicatos, bases ciudadanas y universidades. La política, toda ella, se volvió el campo del más astuto y eficaz en el logro de los fines por cualquier medio y por eso no solo se separó sino que se volvió contra la ética. Como reacción hoy en día el activismo se organiza alrededor de múltiples “colectivos” pero de pocas instituciones partidarias con la consecuente variación de estrategias y, sobre todo, alejamiento de los jóvenes de la inscripción formal en los partidos.
En efecto, durante los años 90 en la UNMSM mis propios alumnos padecían de una abulia política como reacción pendular a la saturación de los años anteriores que implicó, para muchos incluyéndome, el retraso o deserción de los estudios universitarios. Si durante los 80 las paredes sanmarquinas eran la exposición natural de un entramado de propuestas políticas de vanguardias iluminadas y los semestres duraban un año, durante los años 90 nadie salía a participar de una marcha y todos, cual emprendedores de su propio destino tecnocrático, preferían “dedicarse al estudio” cuando en realidad lo uno no quita a lo otro.
Sobre la base de ese descrédito y la opción por transformaciones rápidas y autoritarias, es que se incuba el Movadef en universidades públicas y privadas logrando captar a cientos de jóvenes, muchos de los cuales asumen que el camino de la “guerra popular” puede lograr cambios ante la secularmente negada justicia social. Nótese, además, que se trata de un “movimiento” y no un partido, es decir, que incluso los senderistas han sabido posicionarse según los nuevos estándares y, a pesar de ser pocos, son muy activos, logran titulares y ser noticia casi a diario.
¿La ley del negacionismo será la solución para el crecimiento del Movadef? Más bien pienso que sería un buen abono. En la medida que planteando la persecución oficial de sus miembros, los victimizaría empujando a estos jóvenes a la clandestinidad. Parte de la solución –obviamente no toda– es la necesidad de debatir ideas y fomentar el pensamiento crítico. Un grupo de jóvenes instruidos, leídos, con ansias de justicia, pero sobre todo con un manejo racional de la historia del pasado, no van a corear consignas pedestres. Por eso se requiere del fortalecimiento de los comandos juveniles y universitarios de los partidos formales.
Hoy que el Movadef busca el retorno por las rendijas del débil sistema democrático del imperio del pensamiento violentista de Guzmán, se requiere fortalecer las instituciones y privilegiar la acción política entendida también como procesos educativos, de información y toma de conciencia. Debemos fomentar el debate ideo-político que apuesta por una cultura de respeto de los DDHH y de la paz y que denuncie toda forma de violencia, ya sea la que justifica crímenes de estado como la que denominan falsamente “popular”. Al Movadef se lo derrotará con el rechazo de la mayoría consciente de nuestros pueblos.
Publicado en Kolumna Okupa del diario La República, 13/11/2012