Por Rocío Silva Santisteban
Último día del año, apenas clarea y escucho a un grupo de estudiantes de un instituto precastrense cantar un típico canto mientras corren, “terruquita/ terruquita/ sal afuera/ sal afuera/ tus sesitos/ tus sesitos/ comeremos/ comeremos…”. De golpe me vienen a la mente los insultos que se han inventado como forma de aunar a un grupo y desechar al tercero que unifica a este grupo: la terruca, en este caso. Un insulto muy peruano cuyo origen, según el historiador Carlos Aguirre, puede ubicarse entre los años 82-83 en Ayacucho, y que luego tiene variaciones como tuca. Entro a google, para buscar la posibilidad del significado, y me encuentro con un tweet de Xileone, Dante Bobadilla, dirigido a mí, luego de la muerte de Pilar Coll: “mis sentidas condolencias terruquita”.
El insulto no es solo una agresividad gratuita: instituye sentidos, líneas interpretativas, confiere representatividad y crea estigmas. El insulto es el último recurso de quien no tiene argumentos y, a través de él, va dejando correr un sentido que organiza al receptor como su víctima. Como sostiene Jean Franco, el insulto es un acto preformativo, es decir, una acción mediante la cual se “crea” al otro, se le otorga un rol para dañarlo, para denigrarlo, para quitarle valor. El insulto es un arma vil para destruir la reputación de su víctima.
Luego de la arbitraria y brutal detención de Marco Arana el 4 de julio de este año en Cajamarca, una joven mujer cajamarquina, indignada, se acerca a uno de los policías del Grupo de Intervenciones Especiales- GIE y le pregunta, casi llorando, ¿Por qué nos tratan así?, ¿Por qué nos tratan así?, el policía voltea para espetarle la siguiente frase: “porque son perros conchatumadre” (http://www.youtube.com/watch?v=n9BV0lW-ZXI&feature=youtube_gdata_player)
Este insulto, lanzado en ese momento, contra una mujer que solo implora por justicia a los que deben defender la justicia y la democracia como es la Policía Nacional, es en realidad un insulto a todos nosotros como nación. No hemos aprendido nada de los veinte años de guerra interna: de la creación de una otredad radical y basurizada, el terruco, hemos pasado al desprecio del campesino, del serrano, del líder de las protestas, de la que protesta, del otro que difiere de nuestra manera de entender el mundo.
El policía, probablemente costeño, en Cajamarca, aburrido y harto de su situación, separado de su familia, hastiado de gastar de su bolsillo para rancho, viendo que sus compañeros de la Dinoes son subsidiados por Yanacocha con pertrechos, comida y dinero en efectivo, no puede contener el odio visceral y profundo, el desprecio por aquel a quien debe de servir, y lo dice con todas sus palabras: son perros conchatumadre. El otro ser humano trastrocado en un animal. Pero un perro como el policía lo dice no es solo un perro: es lo más bajo en el escalafón de los seres vivientes, es el que debe de regresar por la boca que vino al mundo, por esa concha de la madre.
El uso de estos discursos autoritarios sigue teniendo un solo fin: considerar al otro como desechable. Veintitrés “desechables” murieron en conflictos sociales durante el último año y medio. ¿Y para el 2013? Solo pido no más muertos, no más perros conchatumadre, no más peruanos desechables.
Publicado en Kolumna Okupa del diario La República, 01/01/2013