Por Gabriel Salazar y Vera Lucía Rios
Como parte del proyecto “Promoción de procesos de memoria, acceso a la justicia y solución pacífica de conflictos en zonas afectadas por el conflicto armado interno y conflictos socio ambientales”, impulsado por la CNDDHH en el marco de la plataforma de Derechos Humanos que Diakonía promueve y la Unión Europea financia, pudimos viajar a la comunidad de Imacita. La hipótesis que el proyecto maneja es la existencia de continuidades entre el conflicto armado interno y los conflictos sociales que existen actualmente en el Perú. Luego de esta visita podemos afirmar que si existen claras líneas de continuidades entre ambos procesos, así como un impacto fuerte del post-conflicto en los conflictos sociales. En este breve espacio abordaremos una de estas continuidades: el ninguneo, como indiferencia y discriminación hacia un gran número de peruanos, particularmente desde el gobierno. Esta continuidad la pudimos observar a través de un taller de memoria en Imacita, en el cuál pudimos conocer, muy brevemente, la realidad de los indígenas procesados por el llamado Baguazo y sus impresiones sobre ese conflicto.
Al conversar con los procesados resaltó el hecho de que el presidente de entonces, Alan García Pérez, desconocía a las comunidades indígenas. Sin embargo, avanzada la conversación, se llegó a la conclusión que García Pérez no las desconocía, sino que conociéndolas las desconoció. Este punto afloró cuando los indígenas se referían a la actitud violenta y desmedida que el gobierno, representado por el presidente y las fuerzas policiales, tuvieron contra ellos durante las protestas en Bagua el 5 de Junio del 2009. Creemos lamentable una actitud que termina por ningunear a una población, es decir no reconocerla como ciudadanos del Perú, y más bien los excluye en pro de un supuesto objetivo mayor: el desarrollo económico de la nación. Este discurso es continuo en los conflictos sociales actuales y tiene raíces en el pasado reciente, donde también encontramos el ninguneo sufrido por las comunidades indígenas durante el conflicto armado interno, actitud que no solo vino desde gobierno, sino también desde muchos ámbitos de nuestra sociedad.
Otro punto de continuidad entre el conflicto armado interno y los conflictos sociales es el peso que tiene ese pasado en el presente de los conflictos sociales. Ejemplo perfecto, en el caso del Baguazo, es cuando el mismo presidente Alan García, en un comunicado escrito desde su “despacho presidencial” afirmó que los indígenas utilizaron técnicas “senderistas”. Es el mismo ninguneo, ese que en algunos momentos idealiza y exotiza al indígena, pero en otros los acusa de “niños” que se dejan llevar por agitadores, o en otros casos se vuelve paternalista hacia ellos, y que ahora coexiste con el tiempo y el discurso estigmatizador del post-conflicto. Esta soterrada acusación de García se viene repitiendo también en el actual gobierno que acusa a los líderes -sobre todo indígenas- cuando se oponen a ese tipo de desarrollo en el país, el cual se pretende conseguir en detrimento de sus comunidades.
Finalmente, la construcción trunca de un tejido social democrático está muy presente en el recuerdo de los indígenas de ciertos hitos históricos: el acceso a la educación bilingüe, la promulgación de las leyes de delimitación de sus tierras que les otorgaban la condición de “indivisible”, “inalienable” e “imprescriptible” durante el gobierno militar de Juan Velasco, las leyes dadas en el gobierno de Alberto Fujimori que destruyeron gran parte de estos derechos ganados. Todos estos recuerdos aparecen al pensar en los precedentes del Baguazo y en el Baguazo mismo. El Baguazo nos hace notar que el camino para volver a tejer lo destejido va a ser un reto no solo para los pueblos indígenas, las organizaciones políticas y los gobiernos, sino también para una sociedad que ya tuvo suficiente con un proceso tan desgarrador y traumático como lo fue el conflicto armado interno pero que hasta ahora parece que no puede dejar de transitar.
Publicado en Noticias SER, 27/02/2013