Por Rocío Silva Santisteban
“Un presente de conflictos sociales lleno de un pasado de violencia política”, así comienza Gabriel Salazar, joven historiador sanmarquino, un artículo que acaba de publicar en NoticiasSER y en el que trata de enhebrar el complejo hilo conductor entre lo que la CVR ha denominado el “conflicto armado interno” y los conflictos sociales de la actualidad.
Posteriormente el investigador aclara “un pasado de violencia política inclusive anterior a la que existió en los años ochenta”. Como su profesión lo exige, Gabriel Salazar trata de reunir los componentes que puedan darnos una mirada diacrónica de los diversos procesos conflictivos por los que venimos atravesando. Su hipótesis es provocadora, pues propone que antes y durante los años de la violencia política una burguesía provinciana y “emprendedora” se posicionó, aprovechando la informalidad y el caos de los años 70-80, y hoy se fortalece desde espacios locales y regionales de poder. A su vez también lucha contra una gran burguesía que, temerosa de los rezagos velasquistas de la industrialización, apuesta más bien por los servicios y las empresas extractivas.
Más adelante Salazar sostiene: “la confusión es la sensación mayoritaria de los peruanos hoy, y se expresa en no saber cuáles son los marcos legales, las reglas morales y socioculturales por las cuales se debe transitar y ser (peruano). A esta confusión […] hay que sumarle la pregunta sobre el futuro del capitalismo en el Perú, que a pesar de su avance exportador-extractivista, puede terminar en una crisis sistémica si es que la bonanza termina, trayéndose abajo el ficticio mercado interno producto de un capitalismo golondrino. El Perú se puede convertir otra vez en un avispero, en una nefasta caja de pandora”. Precisamente los embalses de frustraciones —y ya van varios presidentes que prometen y no cumplen— van aumentando este caldero que, por el momento parece tibio, pero puede hervir en cualquier momento sin que no nos demos cuenta. Los conflictos sociales “latentes” son una espada de Damocles, y las relaciones entre la violencia de ayer y la de hoy configuran prácticas muy similares a las represivas de ese entonces: se considera al campesino, al indígena, al “antiminero”, como un peruano a ser descartado en pos de un “bienestar común” que beneficia con su desarrollo a la urbe, a esas burguesías emprendedoras o extractivistas, y arrincona a los ninguneados de siempre.
Gabriel trabaja conmigo en la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, y junto con Mar Pérez, una también joven abogada española, han organizado el II Congreso Nacional de Derechos Humanos que hoy comienza en los auditorios de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. ¿Cuál es el hilo conductor de este congreso “intercampus”? Pues precisamente preguntarnos si los conflictos sociales de Conga, Espinar, Tía María, Sechura y los otros doscientos y tantos tienen algún vínculo estructural con las lógicas que operaron durante los años de violencia política en nuestro país.
¿Las FFAA y las FFPP actúan de la misma manera o han aprendido que la represión indiscriminada a la población no solo tiene consecuencias nefastas, sino que los lleva a ser denunciados por violaciones de derechos humanos?, ¿por qué son las mujeres quienes deben de seguir los procesos judiciales para reclamar la muerte de sus seres queridos tanto antes como ahora?, ¿los afectados por los conflictos sociales también tienen derecho a reparación? Hoy, a las 4 pm, en la UNMSM, se intentará debatir a partir de estas interrogantes.
Publicado en el diario La República, martes 01/10/2013