Por Rocío Silva Santisteban
De la rebelde Nadine de polo rojo y sonrisa prêt-à-porter, continuamos con la sonrisa pero en versión haute-couture. Ya no es la misma. Ha atravesado la mitad del gobierno de su esposo y ha ganado en experiencia y en manejo político. Eso se percibe en la entrevista que Paola Ugaz le hiciera este domingo. En ella, Nadine Heredia habla largo sobre los programas sociales y resalta que este gobierno —a diferencia del de Alan García— ha tenido como objetivo la inclusión a través de ellos. Cierto, pero inclusión y asistencialismo no son necesariamente ampliación de derechos, y como lo sostiene el Índice de Inclusión Social en nuestro país, la inversión en programas sociales como porcentaje del presupuesto nacional tampoco ha sido una de las más altas de América Latina: por el contrario, junto con Guatemala, es una de las más bajas.
¿Es el resultado del desarrollo que queremos que haya más peruanos multimillonarios con su dinero depositado en los bancos?, ¿o es una equidad en los ingresos y una redistribución justa a través de nuestros impuestos pero en inversión social como hospitales, salud mental, educación, vivienda, seguridad ciudadana? Nadine Heredia sostuvo que este gobierno está incrementando los salarios de los profesores, acceso a instrumentos, entre otros elementos para reforzar la calidad educativa. Pero a nivel de contenidos, ¿es acaso este tipo de educación lo que están necesitando los peruanos para poder salir de la miseria?, ¿una educación que sigue insistiendo en paradigmas occidentales mientras que en el Ministerio de Educación se ha decidido cerrar la Dirección General de Educación Intercultural, Bilingüe y Rural?
No, asistencialismo no es ampliación de derechos. La ampliación de derechos implica empoderar a los peruanos ninguneados. Implica, por ejemplo, un Plan Nacional de Derechos Humanos que pueda proponer directrices claras, eficaces y específicas, para que el resto de planes sobre acceso a derechos o las propias políticas públicas de distintos estamentos del Estado (la Policía, el Ejército) puedan asumir la perspectiva de derechos no como un adorno bonito en sus planes operativos sino como un elemento imprescindible en el chip cerebral de cada uno de sus operadores. ¿Es posible “implantar” valores a través de cursillos que paporretean los códigos o convenios de derechos humanos sin lograr entender que, sobre todo, debemos respetar al otro en su otredad?
Al final de la entrevista, Paola Ugaz le pregunta a Heredia ¿qué está leyendo? El periodista y poeta Jorge Frisancho, en un artículo muy perspicaz publicado en La Mula, apunta de qué van esos libros: dos son novelas El imperio eres tú y La rebelión de Atlas; el otro es un libro de ensayos Por qué fracasan los países. La que me interesa, y al parecer también a Frisancho, es la segunda novela: se trata de la historia de un tal John Galt, individuo que “se rebela contra la sociedad en que vive y lidera una violenta revolución a favor del sistema de libre mercado en su versión más recalcitrante” inflamado por su doctrina: el objetivismo. ¿Y en qué consiste esta ideología? Según Frisancho, “en el objetivismo, la moral, la ética, la política y cualquier otra consideración están supeditadas al individuo […] el egoísmo es la única virtud”. ¿Qué interpreta Jorge Frisancho de todas estas lecturas? Pues como buen periodista literario, solo informa, no saca conclusiones. Yo me adhiero: que las conclusiones las saque el lector o lectora.
Publicado en el diario La República, martes 07/01/2013