Por Rocío Silva Santisteban
¿Los osarios de los niños son más pequeños porque sus huesos son chiquitos? Un osario es un pequeño ataúd para los restos óseos de una persona que ha fallecido muchos años atrás y cuyo cuerpo ha quedado totalmente irreconocible. Si no fuera por el ADN, hoy, los cuerpos de tantos peruanos y peruanas asesinados durante los años 80-90 se convertirían en polvo del olvido. Sin embargo, aún con toda la tecnología moderna, cabe la posibilidad de no reconocer los restos por determinados problemas: eso lamentablemente ha sucedido con los desaparecidos del caso Raccaya-Umasi. Tras un largo proceso de trabajos de exhumación e identificación, el Ministerio Público y el Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF), que incluyeron la exhibición de ropas en Huamanga y el reconocimiento de los familiares, el equipo logró identificar un total de 22 cuerpos. El resto de ellos no pudo ser individualizado debido al deterioro sufrido al haber sido enterrados en un puquial.
El mismo día que comienza la primavera en el hemisferio sur, 23 de septiembre, en Huamanga, Ayacucho, el Ministerio Público, con el apoyo de APRODEH y EPAF, entregaron a los deudos que habían esperado 31 años para recuperarlos, cuarenta y un cuerpos exhumados de la localidad de Raccaya-Umasi, entre ellos, 25 de niños y niñas. ¿Por qué tantos niños? Porque ellos se encontraban en la escuela pública de Raccaya cuando, junto con el resto de adultos, hombres y mujeres, aproximadamente 55 personas, fueron obligados por una columna de Sendero Luminoso a caminar seis horas hacia la comunidad de Umasi en una de las clásicas “retiradas”.
La matanza sucedió el 17 de octubre de 1983. Luego de haber caminado esos 25 kilómetros, los senderistas obligaron a los raccayinos a pernoctar en la escuela de Umasi. A las 4 am de ese maldito lunes de octubre, un destacamento de la base militar de Canaria rodeó a los senderistas y a los raccayinos inocentes, y tras una balacera, mataron a todos los varones. Las mujeres fueron obligadas a bañarse en las aguas del río, durante esa noche de helada, para luego ser violadas. Todos los niños fueron ejecutados. Los umasinos cavaron tres fosas en donde se enterraron a los supuestos “terrucos de Raccaya”: solo una de ellas ha sido exhumada.
Hoy, Raccaya, es un pueblo que ha recobrado su dignidad enterrando el 25 de setiembre los restos de sus muertos. Sin embargo, no solo se requiere enterrar a nuestros muertos para lograr justicia, sino sobre todo, identificar quiénes fueron los comandos de ese grupo de militares que decidieron darle muerte a todos, para que sean procesados debidamente en el Poder Judicial. No olvidemos que el jefe político militar de Ayacucho en ese entonces fue el General Clemente Noel. ¿El ministro de Defensa, Pedro Cateriano, permitirá esta vez que se pueda llegar al fondo de la investigación o seguirán ocultándose las pruebas ante los pedidos de los fiscales? Como sostiene el investigador Renzo Aroni, uno de los miembros del EPAF en la zona, “los vehículos vivos de la memoria oral van desvaneciendo debido a que los familiares directos y sobrevivientes van envejeciendo y muriendo de tanto esperar justicia”.
Publicado en el diario La República, martes 30-09-2014