Por Rocío Silva Santisteban
A pesar de los interesados en la impunidad, de los malos efectivos de las Fuerzas Armadas, de las fuerzas policiales, del Ministerio Público o del Poder Judicial; a pesar del fujimorismo recalcitrante; a pesar del aprismo que perrohortelaneó a los indígenas del ‘baguazo’ o del otro aprismo del grupo de Chito Ríos; a pesar de haber enviado sobres bomba a nuestras instituciones; de haber asesinado al abogado Ángel Escobar Jurado; de haber enviado coronas mortuorias a Francisco Soberón; de haber encerrado tres días en Ayacucho a la misionera Pilar Coll, nuestra ex secretaria ejecutiva; a pesar de que Sendero Luminoso amenazó de muerte a muchos de nuestros abogados; a pesar de las acusaciones sin fundamento de mal usos de nuestros recursos; a pesar de que un día nos llaman caviares y al día siguiente terrucos; a pesar de los insultos, los gritos, los descréditos, la demolición de honras y la calificación arzobispal; aquí estamos y aquí seguimos, cumpliendo treinta años de labor totalmente ininterrumpida con un objetivo serio, transparente, digno: defender los derechos humanos de todos. ¡De todos!
El Perú es un mejor país desde que la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, hace treinta años, surgiera como propuesta de unificar grupos que venían luchando para evitar la violación de derechos humanos en uno de los peores escenarios de nuestra república: una guerra fratricida iniciada por iluminados fundamentalistas, pero prolongada por la ineficiencia de un Estado que no entendía su misión, por lo mismo, la dejó en las manos del Ejército y la Marina, con consecuencias fatales. En medio de las bombas y las amenazas el Grupo Mártires de Ucchuraccay, el Sindicato de Trabajadores de La República, APRODEH, el IDL, COMISEDH y ANFASEP decidieron dar inicio a una red que posibilite que todos estos grupos pudieran articular sus objetivos, sus estrategias y sus agendas. Al principio los otrora llamados “abogados democráticos” —que en realidad eran el brazo legal de Sendero Luminoso— pretendieron ingresar a la red, pero no pudieron al encontrar una firme posición de defensa de la vida y de rechazo al terrorismo, venga de donde venga.
La CNDDHH jugó un rol fundamental durante la transición democrática: no se debe olvidar que fue en el local de la institución que los partidos políticos y los líderes de la oposición al régimen fujimontesinista se reunían con los delegados de la OEA y de Naciones Unidas. La apuesta por la institucionalidad democrática ha sido firme, pero también, la iniciativa de una comisión de la verdad que pueda investigar los casos de desaparecidos, asesinados, torturados, mujeres violadas y destrucción de familias completas durante esos odiosos cuatro lustros de 1980 al 2000.
Hoy en día, junto con los retos que todavía permanecen en torno a la justicia transicional, la CNDDHH ha sabido acercarse a los grupos más vulnerables: los movimientos indígenas por eso defiende a varios de los criminalizados por el “baguazo”; los campesinos y ronderos que apuestan por el agua en un contexto de extractivismo compulsivo; la población LGTBI que ve sus derechos vulnerados día a día; los jóvenes que salen a las calles para manifestar su protesta, fuerte y contundente, contra los recortes de derechos laborales.
Hemos defendido los derechos humanos en las cortes, en las instituciones internacionales, en diálogos con las diferentes instancias del gobierno, en debates públicos y privados, tercos apoyando a las víctimas, en plantones, en movilizaciones, en marchas, en conferencias de prensa, con pronunciamientos, con nuestra voz, con argumentos, con el corazón. ¡Porque estamos empeñados en que un día los defensores de derechos humanos seamos todos los hombres y todas las mujeres del planeta!
Publicado en Kolumna Okupa, diario La República, martes 20/01/2015