Por Rocío Silva Santisteban
Para el filósofo Slavoj Zizek la contracara de la ley legítima es aquella que, en la oscuridad y entrelíneas, funciona de mejor manera para articular el ejercicio del poder y pone en evidencia la maquinaria capitalista global. Más allá de los totalitarismos de antaño, el capitalismo global requiere de una pauta de modelo de desarrollo pero, no impone, negocia, seduce, insiste, extorsiona, controla. A este mandato que se pretende esconder, como por ejemplo el presidente Ollanta Humala y los técnicos del MEF pretenden hacerlo al emitir una serie de normas que perjudican a los trabajadores, a los indígenas, para continuar con el compulsivo neoliberalismo extractivista, el filósofo eslovenio lo denomina “la obscena ley nocturna”. Sostiene Zizek: “El poder descansa en un suplemento obsceno, es decir, la obscena ley nocturna acompaña necesariamente, como si fuera su oscuro doble, a la Ley Pública […] El poder se sostiene en tácitas reglas obscenas siempre y cuando estas permanezcan en la sombra: en cuanto salen a la luz empieza a resquebrajarse el andamiaje del poder…” (El acoso de las fantasías).
Precisamente cuando el niño le dice al Rey: ¡Ud está desnudo! es que el poder monárquico se viene abajo, se rompe el temor, se desestructura el andamiaje; caen las veladuras, el cinismo se evacua por las cloacas y un aire limpio y transparente frente a nuestros ojos nos da a entender que el miedo se acabó. ¡Debemos verlo desnudo!
Pero en una sociedad de democracia de baja intensidad, con 46 muertos en conflictos sociales –según la Defensoría del Pueblo– y un Ministro del Interior, cuya calidad de procesado por un delito de lesa humanidad escandaliza mucho menos que unos de sus tweets, entonces precisamos mucho más que el simple “el rey está desnudo” y requerimos que nos enseñen ese lado del cuerpo que se encuentra en completa putrefacción a pesar de que ya lo venimos oliendo desde hace tiempo.
Los casos de Belaunde Lossio y de López Meneses producen ese hedor que, definitivamente, contamina a la democracia de tal manera que nos inquieta y angustia, mucho más aún, porque no sabemos exactamente cuál es el vínculo con el poder. Hiede, sin duda alguna, el miasma se acrecienta en tanto vamos entendiendo ciertas conexiones y vamos recordando: las fotos en las que Ollanta Humala Tasso aparece sorprendido pero tranquilo, en aquella lejanísima época de la campaña electoral, con el primero de los operadores. En relación al segundo, nosotros los ciudadanos de a pie, entendemos de la cochinada, como bien sostuvo Fernando de Szyszlo en el programa de Milagros Leyva del viernes pasado, pero intuimos que sus lazos son más entreverados y perversos. ¡Y aún no lo podemos ver!
Por eso, las marchas contra la Ley Pulpín, ese fresco aire de limpieza que la juventud peruana ha sacado de sus pulmones para hacerlo circular en las plazas, proyectaron una amplia luz sobre esa ley nocturna que perjudica a los jóvenes trabajadores pero también a los indígenas –como en el caso de los pueblos de las Cuatro Cuencas frente a PlusPetrol en el Lote 1AB– o que perciben la inclusión social como una serie de programas de paliación de la pobreza extrema mientras continuamos con salud deficiente, educación deficiente, transporte deficiente en una deficiente democracia electoral más que real.
Los jóvenes de las zonas articulados con los del Colectivo 18D han ido mucho más allá de nuestras narices al percibir el miasma y al señalarlo específicamente al marchar hacia la CONFIEP: pusieron el dedo en la llaga de este cuerpo enfermo que, sin más, pretende pasar por saludable y robusto. No es fácil limpiar la obscenidad de lo que se cubre bajo la mesa pero ya se ha comenzado.
Publicado en Kolumna Okupa del diario La República, martes 03/02/2015