
Discurso
del Presidente Federal Joachim Gauck
Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social
el 21 de marzo de 2015
en Lima (Perú)
Señoras y señores:
Para visitar este lugar asomado sobre el mar hay que recorrer un largo trecho hasta alcanzar la entrada, un largo trecho hasta llegar a este imponente edificio, cuyos espacios atesorarán en el futuro relatos de historia e historias. El largo viaje a la memoria, claro está, ha de entenderse simbólicamente. Puesto que el recuerdo y la conmemoración no surgen de la noche a la mañana, requieren tiempo.
Estos días estoy viendo un Perú que ha recorrido con éxito un largo y exigente trecho. Se ha consolidado como democracia estable y economía dinámica. Y ha logrado combatir eficazmente la pobreza e infundir nuevas esperanzas a la gente. El Perú de hoy es un país abierto al mundo.
Siento un gran respeto por estos logros, más aún, por la evolución del país en su conjunto. El punto de partida de esta evolución fue el fin de una tragedia: hace quince años el Perú se libró del conflicto violento interno, que se había cobrado decenas de miles de víctimas. Ustedes, las ciudadanas y los ciudadanos del Perú, jamás se dieron por vencidos, sino que propugnaron e instauraron la paz, reforzando así su democracia. Suscribieron el Acuerdo Nacional, que agrupa y aglutina a las fuerzas políticas, económicas y de la sociedad civil y hasta el día de hoy viene aprobando por consenso las principales decisiones políticas. Y no vacilaron a la hora de constituir una Comisión de la Verdad y Reconciliación que se encargara de examinar y esclarecer los hechos del pasado. Así fue como dijeron “Nunca más”.
Precisamente con este último paso siguie ron una verdad fundamental, que es nuestro tema de hoy: “No hay futuro sin pasado”. En estas palabras se condensan una experiencia y un conocimiento compartidos por el Perú y Alemania. Un mensaje tan claro y simple y a la par tan exigente y dificultoso.
Cada sociedad tiene que encontrar su propia manera de recordar el pasado, su pasado. Pero el reto, la pregunta que se plantea tras una etapa de injusticia y violencia, a fin de cuentas es la misma en todo el mundo: ¿Cómo se puede empezar de nuevo con justicia?
Esta pregunta me da pie para detenerme unos instantes en mi país: En los años del poder nacionalsocialista – bajo el signo de la guerra de agresión y la ocupación alemana de gran parte de Europa, de la represión y el Holocausto, de la derrota y la liberación – vivimos la bancarrota moral de toda una sociedad. En algunos lugares sí que existió una oposición contra el poder nacionalsocialista, pero en ningún momento hubo una resistencia civil generalizada, nacida del seno de la población. Durante aquellos doce años de dictadura muchos se hicieron secuaces pasivos, comparsas del régimen, algunos se convirtieron en esbirros, victimarios que se cargaron de inconmensurable culpa. Después de 1945 los alemanes quisieron olvidar y volver a empezar; solo paulatinamente aprendieron a encarar su propio pasado.
En el este de nuestro país dividido, en la RDA, la mayoría de los antiguos nacionalsocialistas fueron apartados de sus cargos, lo mismo en la administración que en la industria. Pero el partido comunista gobernante también aprovechó la ocasión para, en un alarde de cinismo, deshacerse de sus adversarios políticos, entre ellos muchos demócratas. Este hecho no disuadiría a la cúpula de la RDA de calificara lo largo de las siguientes décadas a su Estado como la “mejor Alemania”, la que supuestamente habría roto por completo con todo lo malo del pasado. Se trataba de que sus habitantes creyeran que formaban parte de los “buenos” y habían dejado atrás la historia. Ello tuvo un efecto exonerador. Fueron muy pocos los que tuvieron que responder ante los tribunales por su implicación personal y sus culpas.
En el oeste de Alemania, en cambio, no tardó en surgir una democracia estable; desde sus mismos inicios la República Federal de Alemania fue un Estado de Derecho. Y, con todo, los alemanes occidentales prefirieron mirar hacia adelante y no hacia atrás. En los primeros tiempos de la República Federal los juicios contra los criminales nacionalsocialistas a menudo se retardaron o acabaron en absolución. En los años de la posguerra la propia culpa se relativizaba, el propio sufrimiento ocupaba el primer plano. Hubo continuidades que hoy sin duda se considerarían inadmisibles. En muchos ámbitos, como por ejemplo la escala intermedia de la administración pública, los ex nacionalsocialistas conservaron sus puestos. En la posguerra temprana, quien quisiera reconstruir coherentemente la memoria histórica tenía que dar por hecho que tropezaría con considerables resistencias y posiciones abiertamente recalcitrantes.
Los debates en torno al pasado de Alemania arrancaron renqueantes y fueron espinosos. En Alemania occidental hubo hasta entrados los años setenta una suerte de escisión interna en la cuestión de cómo abordar la historia nacionalsocialista. En aquel entonces fue la generación joven la que indagó, inquirió, hurgó, insistió y proporcionó nuevos impulsos gracias a su actitud crítica. Así fue como finalmente surgió en el seno de la propia sociedad – y en todos los partidos políticos relevantes – la convicción de que había que encarar el pasado sin tapujos ni miramientos, ya por evitar a toda costa que en Alemania pudiera volver a ocurrir algo tan terrible. La idea referencial fue que la historia no se debe leer únicamente desde la perspectiva del Estado nacional sino que se debe ver con los ojos de las víctimas. Porque fueron las víctimas las que vieron pisoteados sus derechos.
Con la revolución pacífica de los habitantes del este de nuestro país llegó también la caída de la segunda dictadura alemana. En 1990 Alemania alcanzó su unidad en libertad y de nuevo los alemanes nos vimos confrontados con la pregunta de cómo abordar el espinoso pasado. ¿Cómo podría esta sociedad –una sociedad disociada todavía entre el Este y el Oeste que, para poder converger, antes de nada tenía que reencontrarse a sí misma– empezar de nuevo actuando del modo más justo posible?
Por supuesto que los crímenes del nacionalsocialismo tuvieron una dimensión distinta de los del comunismo. Pero aun así, también en el año 1990 se impuso la necesidad de reconstruir una historia de opresión sistemática y vigilancia omnipresente. Hubo que perseguir incluso casos de asesinato a sangre fría, entre cuyas víctimas se contaron personas que habían intentado saltar los muros de la cárcel que ese Estado había levantado alrededor de sus habitantes.
Al volver a empezar fue importante una cosa: era la verdad lo que teníamos por delante, ante nosotros. Y ahí estaba la documentación de la policía secreta, documentación a la cual se tuvo acceso gracias al primer Parlamento libremente elegido y que nos permitió profundizar en las estructuras y entresijos del régimen. Digo “nos” porque, como quizás sepan ustedes, soy alemán oriental y yo mismo participé en la tarea de dilucidar y esclarecer la ilegalidad e iniquidad del régimen comunista.
De la historia alemana occidental temprana aprendimos que esa tarea de dilucidación y esclarecimiento solo podría tener éxito desde una actitud abierta, de franqueza y sinceridad, en el plano histórico, jurídico y político. La reconstrucción jurídica fue dificultosa. Muchos habitantes de la antigua RDA abrigaban la esperanza de que el Estado de Derecho castigara a los culpables, desbancara a los poderosos y rehabilitara a las personas privadas de sus derechos. Pero el Estado de Derecho no es omnipotente. Se rige por normas y leyes. Lo que estuvo en condiciones de hacer decepcionó a mucha gente. De 100.000 encausados finalmente solo se condenó a uno de cada 133. Pero el Estado de Derecho solo es fuerte si se atiene a sus propias reglas. Solo así se genera seguridad jurídica.
Si bien no deja de ser un elemento indispensable para encarar el pasado dictatorial, la persecución penal por sí sola no genera justicia. La apertura de los archivos de la Seguridad del Estado permitió sobre todo a las víctimas acceder a documentos que facilitarían la deslegitimación de los victimarios. También los historiadores y los medios de comunicación contribuyeron de forma notable a hallar la verdad, y siguen haciéndolo.
Reiteradamente nos encontramos con esas voces que dicen “¿Porqué habríamos de volver la vista atrás, es que no tenemos suficientes problemas en el aquí y ahora?” En alemán hay una palabra que describe esa actitud: Geschichtsvergessenheit, la desmemoria histórica, el no querer saber lo que pasó. A ella se contrapone la Geschichtsversessenheit, la hipermemoria histórica, la obsesión por la historia, el empeñarse obsesivamente en desentrañar el pasado. Dos palabras – solo fonéticamente – muy parecidas que marcan los extremos del espectro de posiciones sobre la manera de encarar el pasado. Es obvio que ninguna de estas dos orientaciones ofrece una perspectiva clara y perspicaz sobre la historia, aunque sin duda resulta especialmente perniciosa la tendencia a cerrar los ojos ante lo sucedido.
He aquí precisamente el meollo de la experiencia alemana: Solo una voluntad común de verdad puede dar lugar a ese “Nunca más” perdurable y socialmente aglutinante que nos guarde de repetir errores y crímenes del pasado. El eje en torno al cual se articula la memoria no es la culpa personal o la inocencia personal, máxime porque a las generaciones venideras esto no les serviría de gran cosa. No, lo decisivo es saber de la existencia de la culpa y, por ende, de la existencia de una responsabilidad compartida.
Para llevar el “Nunca más” al centro de la sociedad y reforzarlo es necesario contar con sitios de la memoria, sitios que nos transmitan el saber necesario y agucen nuestro sentido de responsabilidad. En Alemania creamos algunos espacios de esta naturaleza, aquí en el Perú el Lugar de la Memoria podría convertirse en un sitio así. Un sitio de la memoria y un espacio de debate que reúna a personas con perspectivas diferentes – incluso a personas que de otro modo jamás en la vida se hablarían –. Al final de tales conversacion es también podría seguir habiendo discrepancias. En un sitio como este lo que más cuenta es la interlocución y el diálogo. Un sitio así puede hacer posible que se escuche a personas que aporten su historia, personas a las que antes no se escuchaba. Y puede ser un espacio de aprendizaje, para la gente joven y para todos aquellos que no sean testigos de época.
Por cierto que me imagino que peruanos y alemanes, por muy diferentes que sean sus peripecias y vicisitudes biográficas y su historia nacional, podrían mantener una buena interlocución sobre sus pasados. En Alemania mucha gente por ejemplo se acercó al pasado reciente del Perú gracias a la película “La teta asustada”, de Claudia Llosa, que hace seis años ganó el premio principal de la Berlinale, el festival de cine más importante de Alemania.
Así empezamos a entender las transformaciones que se iban operando en un país de América Latina. Naturalmente nosotros tuvimos otras experiencias en nuestras dos transiciones de la dictadura a la democracia. Los pasados de nuestros países son, pues, muy distintos, pero ¿acaso no pueden esas experiencias históricas convertirse en un elemento de una cultura de la memoria que nos una y que algún día quizás incluso llegue a ser global?
Señoras y señores:
Me congratulo vivamente de que con la construcción de este Lugar de la Memoria que se quiere dedicar al conflicto en su país el Perú dé un paso valiente y se ocupe de este sensible tema. El Gobierno peruano también visibiliza el tema políticamente al haber instituido una Alta Comisión para acompañar el proyecto. Esta comisión ha incluido a diversos grupos sociales y actores estatales del Perú en el desarrollo del plan museístico de la exposición permanente. Los resultados de este proceso se han publicado en un libro, dándose pues transparencia a lo debatido por las partes.
En este lugar percibimos de modo muy especial que abordar la historia no es un fin en sí mismo. Nuestra mirada hacia el pasado tiene que asociarse a una idea del presente y del futuro. Esto es precisamente lo que pensaba el presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú, Salomón Lerner, al rematar con las siguientes palabras su discurso de presentación del Informe Final, el 28 de agosto de 2003:
“La historia que aquí se cuenta habla de nosotros, de lo que fuimos y de lo que debemos dejar de ser. Esta historia habla de nuestras tareas. Esta historia comienza hoy.”
Debatamos los unos con los otros y aprendamos los unos de los otros animados de este espíritu. Le deseo al Lugar de la Memoria que, sobre la base del plan elaborado y con el apoyo permanente del Gobierno, sus salas se llenen en breve de vida y que sus puertas estén abiertas al público en general.