Por Ana María Vidal
A Máxima Acuña, esa mujer chiquita de tamaño pero inmensa en valentía y coraje, le han dado el premio Goldman, el mayor premio mundial en materia ambiental. Máxima ha sido víctima por años de maltratos, calumnias, insultos e incluso ataques físicos. Le han cercado su propiedad, han herido a sus animales y han maltratado a su familia. Y ella ha resistido siempre con dignidad y coraje.
Uno de los últimos ataques fue realizado por un escuadrón de agentes con escudos y uniformes que se confundían con los que usa la Policía. La respuesta del Ministerio del Interior fue que la Policía no la atacó. No respondieron por el hecho de que la seguridad privada utilice indumentaria que se confunda con la policía ni sobre el porqué no la protegieron, y hasta ahora tampoco responden oficialmente por los convenios privados entre la Policía y empresas mineras.
Y después de tanta violencia, todo el Perú y el mundo la pudieron ver en ese gran estrado. Máxima de pie, cantando solita y a capela su larga historia de lucha. Su vida en las cordilleras, los ladridos de su perro cuando llegaba la policía, cómo quemaron su choza, se llevaron sus cosas, su hambre, su lucha por defender su tierra y las lagunas. Su resistencia que es también la resistencia de todo un pueblo que ve cómo continúan violentando día tras día sus derechos.
Son muchas las personas que han llamado la atención, y con justa razón, por el ominoso silencio del Gobierno frente a la premiación de Máxima. Personalmente, dudo mucho de que un Gobierno dedicado cinco años a proteger a las extractivas a costa de los derechos de las personas actúe ahora como se debe. Yo me quedo con el símbolo de lucha por los derechos y por la dignidad que es Máxima, porque esa valentía es ahora la que necesitamos en estos duros años que vienen. Porque ahora más que nunca debemos protegerla, cuidar a Máxima y a tantas otras personas que siguen defendiendo sus derechos y enfrentándose al poder. Se vienen años más duros aún.