Por Rocío Silva Santisteban

Publicado en suplemento Domingo de La República, 13/03/2011

Me datean que en el debate electoral que está organizando el JNE no van a tocarse temas vinculados con derechos humanos. Al parecer las negociaciones sobre los temas han venido de tiempo atrás, han implicado tensiones varias, y por supuesto el tema de la deuda que tiene el Perú como nación con todos aquellos peruanos y peruanas que han sufrido persecución, desapariciones, torturas y violaciones no es lo suficientemente potable como para ser tocado por los candidatos. Es muy polémico. Es muy complicado. Es un tema en el que varios pueden trastabillar o, incluso, caer en picada.  Por lo mismo se escogen temas como educación, seguridad y desarrollo, que son tan amplios y tan gaseosos en sus premisas, que finalmente todos pueden estar de acuerdo porque, en realidad, es imposible estar en contra. La amnesia sobre los derechos se ha instalado olímpicamente.

Desde el otro lado de la balanza, desde la sociedad civil y decenas de grupos de familiares afectados por el conflicto armado, por el conflicto de Bagua o por las torturas de los piuranos en Majaz, se cocina más bien una búsqueda necesaria, urgente, sin tregua, de memorias. Las memorias siempre son tensas, peligrosas. A veces no es nada agradable echar una mirada sobre el hombre para enfrentarnos “con la resaca de todo lo vivido”, como diría Vallejo. Pero, sin duda, es la manera más sana de hacerle frente a la verdad y, en ese sentido, a la fiereza del futuro. Es cierto que las memorias, sobre todo impuestas desde el Estado, pueden generar versiones esquizoides de la historia pero, sobre todo, lo que hacen es permitir que se abuse de la misma memoria, que se la use de la peor manera. Una forma de eso es también la ausencia de la misma, la amnesia total.

Uno de los grandes analistas de la memoria, Tsevan Todorov, en un libro titulado polémicamente Los abusos de la memoria, propone que: “Una manera de distinguir los buenos usos de los abusos consiste en preguntarnos sobre sus resultados y sopesar el bien y el mal de los actos que se pretenden fundados sobre la memoria del pasado”. Si precisamente apelando a la memoria continuamos con nuestro antichilenismo hasta llegar a la guerra, sería un abuso de la misma; por el contrario, trabajar sobre las duras y dolorosas memorias para buscar consolidar una nación como un solo cuerpo sano sería un buen uso de la misma.

Y en este sentido el nuevo portal web Espacios de Memoria http://espaciosdememoria.pe, una propuesta del Movimiento Para que no se repita, es una posibilidad para ver cómo los propios pobladores del Perú que han estado afectados por el conflicto armado, tanto por el terrorismo como por las fuerzas armadas y policiales, han construido con sus escasos recursos múltiples “memoriales” o “lugares de memoria” que pasan desde el Ama Qonqanapac en Apurímac (también bautizado como El ojito que llora) hasta  el Museo de ANFASEP en Ayacucho, que tiene una famosa “ollita” –un utensilio sencillo– que sirvió para que decenas de apresados sobrevivieran con la poca comida que un soldado piadoso les tiraba día a día. El portal tiene un registro de todos los lugares en los cuales se ha conmemorado una historia vinculada con el conflicto. En Huánuco están los murales “Después del silencio la verdad”; en Arequipa “El Parque del Periodista”; en Villa El Salvador el busto de María Elena Moyano;  en Piura la “Estela de la Memoria”, y así en varias decenas de lugares desde el norte hasta el sur del Perú. Detrás de cada sitio hay, probablemente, decenas o miles de muertos pero, a su vez, sobre ellos se tejen las historias que, espero, puedan proponernos una reconciliación a mediano plazo.