El 3 de noviembre de 1991, un escuadrón de la muerte incursionó en un solar de la cuadra 8 de la calle Huanta, a media cuadra de la plaza Italia, en Barrios Altos, una de las zonas más tradicionales y populares de Lima. Era el anochecer de un fin de semana, y en el solar un grupo de personas humildes, pobres, migrantes, trataban de hallar un momento de diversión en medio de sus vidas esforzadas celebrando una pequeña fiesta, una pollada, tal como acostumbran los más pobres. No podían imaginar que la reunión sería brutalmente interrumpida por aquel escuadrón de la muerte con una ferocidad que nadie en el Perú ha podido ovidar hasta hoy.
Diecisiete personas fueron asesinadas allí mismo, como anuncio ominoso de la acción que iniciaba el tristemente célebre destacamento Colina, jefaturado por el mayor del Ejército Santiago Martin Rivas. No era un grupo militar cualquiera. Había sido formado y respondía directamente al mando de la troika formada por el jefe del Ejército, general Nicolás Hermoza Ríos; el jefe real del Servicio de Inteligencia Nacional, Vladimiro Montesinos; y el presidente golpista Alberto Fujimori. Decenas de asesinatos siguieron a los de Barrios Altos, entre ellos los de La Cantuta: tal fue la huella sangrienta de uno de los peores exponentes del terrorismo de estado en nuestro país.
Hoy, los principales culpables de los crímenes del destacamento Colina están procesados por la justicia. Han sido sentados en el banquillo de los acusados los jefes, promotores y protectores, así como los sicarios, los ejecutores materiales. Algunos ya han recibido sentencias drásticas, como el ex jefe marioneta del SIN, Salazar Monroe. Aún están por dictarse las que corresponden a los principales jefes de la organización criminal, entre ellos Fujimori. En este nuevo aniversario del horrendo crimen de Barrios Altos, hacemos un llamado a redoblar los esfuerzos para que esta vez, de todos modos, se haga justicia.