Por Ronald Gamarra

Ya no recuerdo dónde leí una frase que me impactó: las mujeres civilizan la vida. La mayor intervención de las mujeres en la vida social, la hace menos violenta, más humana. Cuanto menos participación de las mujeres, más posibilidades de violencia y de guerra. Lo anterior, claro, no significa negar que haya mujeres fálicas, capaces de reproducir lo peor del comportamiento varonil.

Significa, en cambio, constatar que la mayor libertad de las mujeres en la historia va de la mano con la democracia política, la libertad de pensamiento y el espíritu de tolerancia, en fin: las sociedades son más libres porque las mujeres lo son; su protagonismo es civilizatorio. Lo sabemos desde Lisístrata, comedia de Aristófanes, escrita hace 2500 años, donde las mujeres se unen para poner fin a las guerras de una vez por todas, concertándose para no yacer con sus esposos mientras estos insistan en combatir unos con otros y se nieguen a firmar la paz.

En el Perú, las mujeres vienen asumiendo un protagonismo estimulante para una sociedad plagada por tantos motivos de desaliento. Ellas son las heroínas de éxitos resonantes: Claudia Llosa y Magaly Solier en el festival cinematográfico de Berlín, Kina Malpartida en la liga mundial de box femenino, Sofía Mulanovich en el más alto ranking de la tabla hawaiana, nos enorgullecen y animan con su ejemplo. Pero también, y cuánto, las jóvenes policías que ahora dirigen el tránsito con pulcritud en toda la capital, las chicas que siguen estudios a pesar de las dificultades, nuestras madres que sostienen los hogares venciendo la pobreza cada día con ingenio y amor.

Gracias al cambio que han emprendido las mujeres, los varones también estamos empezando a cambiar, revisando nuestros paradigmas, y aunque muchas transformaciones pueden corresponder al intento soterrado de establecer nuevas estrategias de dominación, es lícito suponer que, en general, mudamos para mejor.

Un rol fundamental en esta revolución de las mujeres, pacífica pero irreversible y profunda como ninguna, ha estado en manos de las organizaciones de mujeres, particularmente las del feminismo. Por eso, no puedo entender por qué las organizaciones feministas, con tan notable logro en su haber, no forman parte de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Evidentemente no ha sido porque les falten ganas; todo lo contrario. Empezar a corregir esta ausencia es uno de los desafíos de mi actual cargo al frente de la Coordinadora. Incorporar a las mujeres, a los colectivos de diversidad sexual, a los representantes del pensamiento liberal… Si no lo logro, aceptaré que he fracasado.

Hoy, a las 2 de la tarde, marcharemos en Lima al lado de las mujeres, desde el Parque de la Muralla, compartiendo su apuesta por una vida mejor para todos. En verdad, marcharemos con ellas toda la vida, compartiendo el cambio y la esperanza.