Entrevista. Jo-Marie Burt es docente en la George Mason University, de Virginia, EEUU. Pasó años en el Perú estudiando la violencia senderista y las respuestas autoritarias del Estado. Fruto de sus investigaciones es el libro  “Violencia y autoritarismo en el Perú: bajo la sombra de Sendero y la dictadura de Fujimori”.

–Señalas en tu libro que la política antisubversiva a partir de los 90  apuntó a construir el apoyo de la sociedad. ¿Esta idea no abona a favor de quienes dicen que Fujimori enfrentó la subversión con apoyo de la población?

–El Estado hizo un giro desde 1989 hacia un trabajo de inteligencia y de acercamiento a la población. Hubo un cambio, sí, se pasó de ser confrontacionista en los años ochenta a comprometer a la población en la lucha, pero es sólo una parte de la historia.

Paralelamente se implementó otra estrategia de desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, encarcelamiento de inocentes y sentencias desproporcionadas, clandestinamente se desarrolló otra política antisubversiva, tal como ha quedado claro en el  proceso a Fujimori. Una vez controlada la violencia subversiva, el Estado recordó en forma permanente a la sociedad  peruana la existencia de remanentes senderistas con el fin de mantener el miedo. Usando esa cultura del miedo y métodos represivos silenció a elementos de la oposición  haciendo difícil que estos cuestionen y se opongan a la construcción de un proyecto autoritario.

–Afirmas que hubo un terrorismo de Estado y violencia en un contexto de democracia, ¿no es acaso contradictorio?

– Yo analizo en mi libro cómo comienza una reconstitución autoritaria del Estado. Analizo cómo en los años 80 el Estado se va debilitando y cómo en la época de Fujimori se va constituyendo un aparato autoritario que permite al Ejecutivo y a las Fuerzas Armadas concentrar el poder político. En 1990 Alberto Fujimori fue elegido democráticamente, pero a partir de 1991 con los decretos ley y con el autogolpe de abril de 1992, todo cambia. Claro, son obligados a realizar concesiones. Cuando hay reclamos de la comunidad internacional convocan elecciones, hacen otra Constitución, hay elecciones en 1995 . Sin embargo, al pasar ese formalismo democrático la estructura autoritaria se mantiene y se fortalece.

–¿Por qué cuestionas la idea expandida entre muchos peruanos de que nuestra sociedad se siente cómoda con proyectos autoritarios como el de Fujimori?

–Yo estuve en los años 80 en las barriadas y observé fenómenos democráticos interesantes como sindicatos, vasos de leche. Que había caudillismo, pugnas, claro que sí, pero decir que la sociedad prefiere el autoritarismo es un análisis muy simple. Lo que pasa es que desde los años 80 se construye un discurso, que luego es retomado por  Fujimori, que sostiene que la única manera de combatir el terrorismo es aplicando mano dura. La gente termina por  abrazar esa idea. Son discursos manipulados por el poder centralizado para formar una sola opinión. Por eso vemos a Fujimori señalando que la democracia no sirve, que los partidos políticos no sirven. Esta mano dura significó en términos prácticos también eliminar prácticas democráticas.

–Explícanos por qué usas conceptos de Antonio Gramsci, como consenso y coerción, para entender el autoritarismo en el Perú.

–Fue útil porque me sirve para entender cómo un gobierno autocrático con una voluntad autoritaria es tan apreciado por la población. Alguna vez entrevisté a personas que me manifestaban que no estaban de acuerdo con las desapariciones forzadas y las matanzas de La Cantuta. Yo les preguntaba por qué no lo hacían notar. Un dirigente barrial me respondió: “Quien habla es terrorista. Si yo hablo contra este gobierno me van a sindicar como terrorista”. El gobierno de Fujimori logró construir la idea de que la oposición era sinómino de terrorista. El terrorista es arrestado, es condenado o asesinado, eso infundió miedo. La gente opta por el silencio provocado por el miedo.

–Dices que Sendero Luminoso ganó la simpatía  de la población en muchos sectores. Esta idea no es aceptada fácilmente.

–Quise cuestionar lo que llamamos  “conventional wisdom” (sabiduría convencional). Sendero Luminoso es conocido por sus actos brutales de violencia a la población, pero también observé que Sendero da a la gente lo que el Estado no les daba.  De cierta forma impartió justicia frente al abuso de terratenientes o de autoridades corruptas. Una persona a la cual yo entrevisté me contaba que una señora de su comunidad que tenía su tienda y que cobraba mucho por los productos ofrecidos fue castigada por Sendero, y eso la gente lo aprobó. Lo que trato de decir es que Sendero tuvo cierta capacidad para avanzar en Lima, particularmente en barriadas, donde no estuvo presente el Estado y las partidas económicas se redujeron drásticamente. Sendero hizo cosas que fueron bien recibidas por la población, pero eso también tuvo sus límites. No construyó un partido de masas.

Quería un partido que no sea cuestionado por los pobladores. Cuando  se produce la captura de Abimael Guzmán se repliegan. Ya no son capaces de proveer la seguridad y soporte de antes. Su poder se diluye lentamente y a su vez los grupos de base de izquierda lentamente van restableciendo los espacios políticos abandonados.

–En tu libro mencionas  “Estados fallidos” y “Estados no acabados”. ¿Qué tipo de Estado es el Perú?

–Es un Estado débil. Un Estado de zonas grises, un país donde hay Estado en algunos puntos pero en otros no hay. En zonas urbanas como Villa El Salvador puede que sí, pero tú vas a Lomo de Corvina o a poblados de la sierra y no notarás la presencia del Estado. Sin embargo, si entendemos el régimen democrático como un sistema de reglas con elecciones de autoridades a todo nivel, creo que el país lo ha recuperado. Falta aún un Estado donde el poder civil sea respetado. Cuando el ministro de Defensa pide a las Fuerzas Armadas información sobre la identidad de los militares que prestaron servicios en bases contrasubversivas para apoyar investigaciones judiciales y estos se la niegan, ese es un problema de control civil.

–No mencionas el rol preponderante jugado por los Estados Unidos, especialmente  porque si este país se hubiera negado a apoyar a Fujimori  no hablaríamos de un proyecto autoritario.

–No he analizado el rol de los Estados Unidos aunque pienso que sí es muy importante su papel. Las agencias del gobierno que ven las relaciones con un país son múltiples. Vemos por un lado que el departamento de Estado condenaba la violación de derechos humanos en el país, mientras que la DEA seguía dando dinero para la guerra antinarcóticos y la CIA daba todo su apoyo a los servicios de inteligencia a través de Vladimiro Montesinos.

–¿Puedes decir que la violencia y autoritarismo en Perú en los 80 y especialmente en los 90 se asemeja a lo que ocurre  actualmente en Colombia?

–Un politólogo colombiano dice que la violencia y la democracia en Colombia sobreviven, se alimentan mutuamente. La violencia sirve para quienes tienen el control político.  Es una democracia donde la violencia es funcional  para mantenerla tal cual, sin reformas profundas. Me parece que Álvaro Uribe toma una página del libreto de Fujimori.  El mismo discurso usado por Fujimori. Quienes defienden los derechos humanos son terroristas, son el brazo legal del terrorismo, tontos útiles, pero las matanzas son espeluznantes. El miedo es un factor clave para explicar el apoyo a Uribe.

–Explícanos por qué los académicos, a diferencia de los políticos y algunos periodistas, evitan usar el término terrorismo o terroristas cuando mencionan a Sendero.

–Terrorista es una palabra que no ayuda al análisis,  es una palabra que descalifica. A mí, como investigadora académica, me interesa entender cómo el Sendero Luminoso llegó a ser lo que es. Para mí fue un proyecto político y prefiero llamarlo grupo armado o subversivo. Que cometió actos terroristas, por supuesto. Cualquier acto contra una población desarmada es terrorismo venga del Estado o de Sendero Luminoso.

* Entrevista de Miguel Gutiérrez, publicada en el suplemento Domingo del diario La República (19/04/2009)