Por Germán Vargas Farías
La presentación de la memoria peruana ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por el diferendo marítimo con Chile, ha sido oportunidad para que desde todos los sectores del país se exprese la importancia de la unidad de los peruanos.
No he sabido de nadie que se haya manifestado en contrario en esta ocasión. Han coincidido en la demanda de unidad los peruanos decentes, y los peruanos que (Claudio Pizarro dixit) no soportan el éxito de Claudio Pizarro, es decir, aquellos que según el también llamado Bombardero de los Andes son una m…
Luis Giampietri, por ejemplo. El legislador y vicepresidente de la República ha declarado que era momento de serenidad y de unidad de todos los peruanos porque presentamos la imagen de un país unitario detrás de los objetivos del Estado. En el mismo sentido se pronunció Yehude Simon. Para el presidente del Consejo de Ministros, es la hora de la unidad. Aquí los peruanos debemos estar unidos, ha dicho.
Los llamados a la unidad son habituales, y se hacen en todo tiempo y lugar. No siempre tienen relación con problemas o circunstancias de importancia, pero la intención casi siempre es aglutinar y lograr el respaldo a un determinado objetivo o proyecto. Cuando somos convocados a la unidad asumimos que se nos respeta, que se reconoce nuestra adhesión como valiosa, y que se pretende nuestra cooperación en torno a algo que también nos favorece. El litigio con Chile es uno de esos casos. Es un asunto que involucra derechos peruanos, pero también el mantenimiento de buenas relaciones con uno de nuestros vecinos. Por eso es de interés general. La resolución justa y pacífica de ese conflicto nos beneficiará, a todos.
Pero el llamado a la unidad no siempre entraña reconocimiento o respeto. Cuando quien la reclama tiene una práctica consuetudinaria de intolerancia, la invocación a la unidad es una tomadura de pelo. Eso es lo que hemos visto en el actual gobernante cuya rutina de insultar y descalificar groseramente al adversario, o simplemente al que piensa diferente, le es tan frecuente como respirar. Una de las últimas y geniales Carlincaturas ilustra acertadamente dicha manía.
El ego y la soberbia suelen afectar la unidad. También la deslealtad. Podemos tener muchas cosas en común, pero si la unidad solo alcanza a ser parte de una retórica interesada, y no se sustenta en el respeto y en el compromiso de construir juntos una visión compartida, no tiene sentido.
La unidad que hay que promover y alentar es aquella que procura el bienestar de todos, y no sólo de unos cuantos. Si concentramos nuestra energía en torno a una causa como la defensa de los derechos humanos, comprometida consecuentemente con la transformación de los vicios y problemas que someten a tanta gente en nuestro país, la unidad servirá de algo.