Por Rocío Silva Santisteban
El Día de la Madre no fue un día para celebrar en Cocachacra. Un grupo de mujeres se dedicó desde muy temprano a preparar la olla común. Apenas recibieron una rosita, no como las que venden en Lima de tallo largo, pero al fin y al cabo una rosa.
Posteriormente reunidas en la plaza San Francisco, antes de empezar a servir y entregar los platos descartables con los potajes que habían preparado, participaron de una ceremonia para entregar regalos a algunas madres sin mayores recursos. Luego de entonar el Himno Nacional, las mujeres pidieron un minuto de silencio por la muerte del brigadier PNP Alberto Vásquez Durand. Varias lloraron.
“Yo pienso en esa madre y me duele el corazón”, eso es lo que me dice Abigail Torres del Monte, maestra de 60 años, también agricultora, tambeña de nacimiento. “Yo tengo dos hijos en el Ejército, uno es comandante y mi hija es teniente. Yo sé lo que es sufrir para hacer todo lo posible para que estudien, el esfuerzo de cinco años en la escuela. Gracias a la agricultura ellos son lo que son. Por la televisión miraba a la mamá del brigadier, y de verdad se me partía el corazón…”, me insiste por segunda vez. Abigail, junto con otras madres, estuvo en Lima visitando el Ministerio del Ambiente, el Ministerio de Energía y Minas, el Ministerio del Interior, para conversar con algunos congresistas, en lo que ella denomina “la misión de sensibilizar a la gente por nuestra lucha”.
Abigail no es una espartana ni de una radical de izquierda, como pretende un sector de la prensa rabiosamente prominera hacernos creer, sino una maestra de escuela, a la que le duele hoy que vayan 50 días sin clases. “Las mujeres nos hemos movilizado, tanto las de La Curva, El Arenal, Punta de Bombón, El Fiscal y otros poblados. Todas nos hemos puesto un polo blanco y hemos salido. Yo me pongo adelante y no permito malcriadeces, ni que insulten, ni nada. Así hemos estado marchando hasta que nos replegaron con bombas lacrimógenas…”, recuerda. Me dice que no está de acuerdo con la violencia en las movilizaciones, pero que se siente tremendamente indignada por los calificativos del gerente de la Southern, Julio Morriberón, que los llamó terroristas antimineros: “Nosotras estamos tratando de levantar la moral porque esta lucha es justa. Nosotros los tambeños nos conocemos. En la mañana estuve caminando hasta El Boquerón y ya encontré a una columna del Ejército…”.
En RPP, Gerardo Reyna recoge un testimonio que ilustra lo que piensan y sienten algunas de estas mujeres: “Nalya Apaza dijo sentirse triste e indignada por los muertos y heridos que ya se vienen registrando por las protesta. ‘No somos terroristas, somos gente que vive del agro. Estamos en contra de la mina por lo que sembramos, comemos y vendemos’, manifestó la mujer”.
La muerte de tres personas, un acto de corrupción que envilece una lucha justa, una empresa con sanciones por pasivos ambientales callada durante 46 días, la Policía y el Ejército patrullando la zona con convenios privados por “prestación de servicios”, un ministro que se exalta y otro ministro que acusa por acusar: todo esto contrasta con unas madres que exigen un minuto de silencio por el policía fallecido. Este conflicto lo que requiere es que, alguien de cualquiera de los lados, realice un acto pacífico y radical para poner coto a tanta violencia, tanta imprudencia y tanto mal banal.
Publicado en Kolumna Okupa de La República, martes 12/05/2015