Mirko Lauer

Un diario limeño titula «Turba quema comisaría y lincha a jefe policial». El policía «terminó linchado y malherido», pero luego, como Lázaro, pudo ser «liberado y trasladado a un hospital». ¿Qué pasó? ¿Milagro también aquí? Pues según los usos y para el DRAE, linchar es «ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo».

Para el prestigioso diario El país, Madrid, la cosa es algo diferente. Se trata de «Castigar una muchedumbre a un sospechoso, generalmente con la muerte, sin que haya habido un juicio previo». Nótese «generalmente». Solo que, hasta donde sabemos, el coronel PNP, de San Martín, no era sospechoso de nada. Más bien intentaba cuidar el orden público.

Parece, pues, estar empezando a circular una nueva definición, o varias, de la palabra, y ahora cabe ser linchado a medias. Quizás tiene que ver con que todos los que se declaran víctimas de un linchamiento moral suelen seguir viviendo sin mayores problemas. Pero si fuera así, ¿ahora qué palabra usar cuando la víctima no sobrevive?

Otra posibilidad es que el colega se haya estado fijando más en la parte tumultuaria de la definición del DRAE. Como si linchar fuera lo que hacen las turbas enardecidas y descontroladas. Por ejemplo la reciente destrucción de equipos e instalaciones de Radio Sicuani (por «minimizar el paro»), ¿podría ser una suerte de linchamiento?

Quizás en el titular es discutible la definición elegida, pero el instinto periodístico está al tope: con tantos policías apedreados, acorralados o secuestrados, solo un linchamiento podía llamar con fuerza la atención de un lector (ha sido el caso de este). Esperemos que las turbas no lleguen a derivar parecida lección.

La idea del linchamiento como una suerte de justicia popular es un triste error. Nunca es justicia y muy rara vez es realmente popular. Como en el sur de los EEUU donde nació la palabra, lo que se percibe como popular es una turba que está, unas veces sin saberlo y otras con todo gusto, al servicio de gamonales y otras formas de mandón local.

La combinación de una ausencia de partidos democráticos en serio y una abundancia de libertades públicas está produciendo formas primitivas de manipulación de masas. Extraño cóctel en el que son cada vez más perceptibles burbujas de violencia que no es popular, sino gangsteril. Ilave sigue siendo la lección señera en este tema. En una carta personal Víctor Caballero Martín me hace notar:

«No se ha reflexionado aún sobre los liderazgos autoritarios que surgen tras la bandera del regionalismo. Qué lástima que a 80 años de … los Siete ensayos resulten ahora plenamente vigentes sus tesis, sobre la manera cómo el gamonalismo usaba el departamentalismo para imponer su liderazgo autoritario como opuesto a la construcción de un proyecto regional y nacional».

http://www.larepublica.com.pe/content/view/253181/559/