Por Ronald Gamarra

Queridas madres: la Asociación de Familiares de los Detenidos Desaparecidos de Ayacucho (ANFASEP), que ustedes fundaron en 1983, es una de las instituciones más antiguas de defensa de los derechos humanos en nuestro país y, como tal, participó en la fundación de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Asimismo es la primera y la más antigua de las organizaciones de familiares y de víctimas de la violencia, activa desde su fundación en la zona más afectada por la violencia: Ayacucho, cuando actuar en defensa de los derechos humanos implicaba un riesgo personal real y cotidiano.

Todos recordamos a las señoras humildes que en 1983 empezaron esta lucha. Era la época de los atentados crueles de Sendero Luminoso. También era la época de la jefatura político-militar del general Clemente Noel, bajo cuyo mando empezaron las desapariciones forzadas en la zona de emergencia de Ayacucho. Era el inicio de una práctica cruel, la desaparición forzada, uno de los peores crímenes contra la humanidad.

En el clima de inseguridad e intimidación que se creó en la zona de emergencia, la administración de justicia dejó de funcionar para la protección de los derechos fundamentales. Ni el Poder Judicial ni el Ministerio Público estuvieron a la altura de su misión tutelar de la ley, y los tímidos intentos de algunos de sus funcionarios menores resultaron infructuosos ante la falta de respaldo de sus superiores jerárquicos y la prepotencia de una jefatura político-militar que no rendía cuentas a la autoridad civil.

En ese clima enrarecido, cuando muy pocos se atrevían a denunciar la situación de los derechos humanos en la zona de emergencia, un grupo de madres encabezadas por la señora Angélica Mendoza empezó la lucha en reclamo de la vida de sus hijos detenidos-desaparecidos. Y entonces las vimos en las oficinas de la Fiscalía de Ayacucho, presentando denuncia tras denuncia, sin desalentarse ante la inefectividad o la desidia de los fiscales; las vimos en las puertas del cuartel Los Cabitos y de muchos otros cuarteles y bases militares, pugnando por una respuesta a su desesperada indagación, venciendo siempre el temor a las amenazas de muerte; las vimos recorriendo las quebradas más apartadas, en busca de los restos amados de sus hijos, para rendirles el testimonio de su piedad maternal.

Y todo lo hicieron básicamente solas, sin apoyo ni protección de nadie, superando las barreras de la pobreza, la discriminación o el idioma.

Queridas madres: ustedes no solo han luchado por sus hijos desaparecidos. Ustedes nos han dado a todos una lección de amor y entereza, de coraje y perseverancia. Sin saber castellano, ustedes se hicieron oír, conmoviendo al país. Sin saber leer y escribir, ustedes fueron sabias. Siendo las más frágiles, fueron las más valerosas. Para ustedes, nuestro abrazo comprometido y afectuoso.