Escribe Guillermo Giacosa

Comprender es una palabra enorme. Aunque pocas veces comprendemos, dejar de intentar comprender es como abandonar nuestra intención de buscar nuestra propia humanidad. Cuando uno dice “las cosas son así” o “la guerra es así y todo vale” u otras expresiones destinadas a justificar nuestra pereza mental, estamos abandonando el potencial incomparable del que hemos sido dotados y que tiene su base en nuestra capacidad de cuestionarnos y preguntarnos sobre este complejo estar en el mundo. Ese es el único camino para hallar la humanidad de nuestra humanidad. Blas Pascal, el filósofo francés, se preguntaba: “¿Qué quimera es, en realidad, el ser humano? ¡Qué novedad representa, qué caos, que contradicciones, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra; depositario de una verdadera cloaca de dudas y errores; gloria y desecho del universo. Quién desembrollará esta confusión”.

Por estos días vinieron a mí estas ganas de comprender cómo me enfrento a conductas que percibo como lesivas a lo mejor de nuestra propia humanidad. Conductas que, dañando a quien es víctima de ellas, también dañan a los victimarios pues violentan, aunque no sean conscientes de ello, su propia naturaleza. Decía Paulo Freire: “Nadie es, si no permite que otros sean”, lo cual, en el caso que quería recordar, podría ser traducido como: quien destruye en lo espiritual o en lo físico a otro ser humano destruye parte de sí mismo. Recuerdo los relatos de Naciones Unidas sobre la tortura moral que padecen muchos torturadores, y eso, que es merecidamente trágico para quien lo sufre, es alentador pues, de algún modo, nos está diciendo que hemos sido diseñados con otros propósitos menos destructivos.

El caso que quería recordar es el del joven Indalecio Pomatanta, quien fue asesinado hace 13 años con extrema crueldad y con feroz ensañamiento. Y el recuerdo viene porque mañana se dictará sentencia contra los procesados. Indalecio Pomatanta era un muchacho de apenas 17 años que el 2 de abril de 1995, aproximadamente a las 5:30 de la madrugada, fue intervenido –en el domicilio en el que habitaba junto a sus padres– por efectivos de la Marina, quienes, luego de interrogarlo, le rociaron tres galones de gasolina y le prendieron fuego.

Finalmente, Indalecio fue conducido al Hospital Regional de Pucallpa, donde permaneció lúcido durante los cuatro días que sobrevivió a la agresión y pudo ofrecer una entrevista televisiva en la que denunció a los autores del crimen. El 6 de abril, Indalecio Pomatanta Albarran falleció producto de las quemaduras que cubrían el 65 por ciento de su cuerpo.

Este caso fue documentado en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y denunciado por el Ministerio Público, abriéndose un proceso penal el 26 de abril del 2004. Mañana se dará la lectura a la sentencia. El tribunal está presidido por la doctora Emma Benavides Vargas e integrado por los vocales Victoria Montoya y Cayo Rivera.

http://peru21.pe/impresa/noticia/trece-anos-escabroso-crimen/2009-01-29/237129