Por Carlos Jibaja
Centro de Atención Psicosocial – CAPS

Claudia Donet y Fernando Valverde hace unas semanas ganaron el concurso de marinera en Trujillo en la categoría infantil. Ahora, Claudia ya no puede bailar,  yace en coma en la cama de un hospital producto de la embestida de un Coaster en la avenida Arequipa.  “Un accidente de tránsito” ha puesto entre la vida y la muerte a la que hace unos días era el símbolo de una de las manifestaciones mas bellas de nuestra peruanidad, la marinera. ¿Cuántas Claudias tendremos que seguir perdiendo para tomar conciencia de la violencia de nuestras calles?

Un momento previo a la real toma de conciencia, aquella que efectivamente nos lleva a tomar acciones para resolver problemas, es el momento en que sabemos que algo terrible está ocurriendo pero no queremos darnos por enterados. Sin pensarlo utilizamos mecanismos de defensa para disminuir el impacto de la realidad: la negación (no, lo que me dices no puede ser real), el aislamiento (si lo sé, esta ahí, no tengo fuerzas para hacer  cambios al respecto), la “cortina de humo” (tantos problemas a la vez, me distraen, no priorizo ninguno), la indiferencia, (lo que le pasa a los otros no es de mi incumbencia, allá ellos, mala suerte), la desvalorización y la desesperanza (¿qué podemos esperar de este país?, estamos en el Perú), el triunfalismo (somos inmunes a la crisis, estamos en el mejor momento), entre otras maneras de cerrar los ojos ante una realidad social tan frustrante como la que nos toca vivir a los peruanos y peruanas.

Como sociedad todavía no hemos tomando plena conciencia de lo que está pasando en las calles y carreteras del Perú y por lo tanto no estamos entendiendo el problema del transporte público en sus diferentes dimensiones ni resolviéndolo.  Las cifras hablan por sí solas:

En el 2008 murieron 875 personas y quedaron heridos más de 5000.

30 mil personas han muerto en las pistas  del país entre 1997 y 2007.

El Perú tiene tasas de fatalidad (27 muertes por 10,000 vehículos) por “accidentes de tránsito” casi 15 veces mayor que la de países desarrollados como Noruega o Japón.

¿Cómo hacer para que tomemos real conciencia del problema y priorizarlo como el mayor problema de salud pública y de violencia contra la integridad de las personas?  Los “accidentes de tránsito” en el Perú matan más que el cáncer o que los problemas cardiacos y se calcula que sobrepasa el número de víctimas del conflicto armado interno entre 1980 y el presente.

La ironía a veces nos puede ayuda a percibir el problema desde otro ángulo. Imaginemos las recomendaciones que recibirían los ciudadanos de países con mejores índices de  desarrollo humano, es decir aquellos que cuidan y respetan la integridad y dignidad de sus ciudadanos, una vez que han decidido  venir a Perú. En la sección  Transporte Público en Perú se podría leer:

  • En Perú, el auto tiene preferencia sobre el peatón, en un cruce, no es el auto quien cede el paso al peatón, es al revés. Exótico, verdad.
  • Los choferes peruanos gustan acercar tanto los autos entre sí que usted puede tocar el chasis del otro auto, si se repone del susto, es una experiencia única en el mundo.
  • Si ve un camión destartalado en medio de una nube negra de dióxido de carbono con varillas de acero moviéndose en la tolva con un gracioso pañuelo rojo, no crea que está en medio de un reality show para tomarle el pelo, de hecho está ocurriendo.
  • Si encuentra un brevete tirado en la calle, déjelo, estadísticamente hay muchas probabilidades que sea falsificado.
  • Si usted ve un puente peatonal al que nadie le hace caso y simultáneamente observa que la gente cruza con sus hijos en medio de la carretera o entre los autos,  no saque como conclusión que necesita una consulta con su oculista, está ocurriendo.
  • Arrollar a  las mujeres policía no es un deporte nacional en Perú, tampoco lo es la  coima a los policías de tránsito. En general, la policía nacional tiene una discapacidad, no tienen el gen de la prevención.  Si le pasa por la mente advertirle al policía de un potencial accidente, no se sorprenda si lo ve con cara de sorpresa y confusión.
  • En hora punta usted viajará apachurrado, sentirá que su cuerpo no le pertenece sino que se ha fusionado con los cuerpos de otras personas, en esa experiencia transpersonal  su chofer estará en plena competencia a toda velocidad  con otros microbuses y combis,  cójase bien de donde pueda  que otros harán lo mismo con usted. Tenga cuidado con su billetera o cartera.
  • Puede darse el caso que usted quiera viajar de una provincia a otra en las regiones del Perú, tome en cuenta que  va a demorarse hasta cuatro veces más de lo que demoró su viaje desde otro continente.
  • No busque seguridad en los viajes interprovinciales, abra su mente a nuevas experiencias de riesgo, si sobrevive usted podrá poner en el lugar correcto las prioridades de su vida.

Dejemos la ironía. El transporte público en nuestra sociedad es un problema psicosocial que refleja la manera cómo nos vemos, cómo nos amamos y odiamos, cómo nos incluimos o excluimos, cómo existen fronteras en nuestra mentes y corazones con relación a los otros peruanos, cómo se priorizan políticamente las necesidades y problemas, cómo aprendemos a hacer de tripas corazón  y pretender que son invisibles los que viven en pobreza a nuestro lado. La gran mayoría de personas que mueren en las calles no lo hacen por accidente, por hechos fortuitos sobre los que no tenemos control. Mueren por negligencia e indiferencia. A Claudia Domet la embistió una Coaster en la avenida Arequipa, ¡acaso no es por todos sabido que las líneas de Coasters y combis que recorren la ruta de la Arequipa hacen competencia entre sí para captar más pasajeros con total desprecio por la vida de éstos! Pero no hay autoridad que se compre el pleito ni sociedad civil lo suficientemente organizada para demandar cambios y prevenir “accidentes”. ¿A qué costo de vidas humanas truncadas lo haremos?

El transporte público es un espejo de las actuales relaciones sociales entre peruanos; un espejo roto, caótico, ensangrentado, que nos refleja devolviéndonos imágenes parciales, en pedazos cortantes, en metrallas que atraviesan, enferman, contaminan, anestesian. ¿Con cuánta improvisación nuestro país se tropieza en sus balbuceantes  fórmulas de convivencia y de identidad?

Quizás el día que salgamos a la calle confiados en que un chofer peruano ceda el paso al peatón, que un ómnibus interprovincial tenga todos los controles regulatorios o que los  chasis de  combis y coasters sean solo piezas de museo, testimonio del pasado, australopitecos en nuestra evolución como sociedad, no este tan lejos. Para ello tendremos que tomar conciencia, priorizar, presupuestar, responsabilizar, educar, prevenir, judicializar. No sólo dejar el dolor a los deudos en el ámbito privado, sino conmemorar las pérdidas públicamente. En suma, llevar adelante políticas y acciones sistemáticas para que carreteras, avenidas y calles, que son las arterias y venas de los grupos y colectivos que componen el Perú, se constituyan en espacios de fluido y seguro intercambio. Es momento en que todos debemos exigirnos “¡Ni uno más!” para que casos de negligencia estatal e indiferencia social como el de la pequeña Claudia y el de miles de víctimas fatales y discapacitadas, no se repitan.