Por Rocío Silva Santisteban

Otro Día Internacional de la Mujer, otra marcha larga y extensa, colorida pero no multitudinaria, otra actividad desde el Estado, otra norma promulgada y sin embargo el machismo, el victimismo, el patriarcado, la dominación masculina y las relaciones desiguales entre sexos prevalecen. Los cambios que necesitamos no están basados únicamente en las leyes o en las políticas públicas: las normas pueden ser perfectas, pero en un país como el Perú donde se le “saca la vuelta a la ley”, día a día, lo que necesitamos es un cambio en las mentalidades: un radical cambio cultural.

Aquí una propuesta:

1. Definirlo: Lo primero que necesitamos es definir qué es el machismo, cómo se estructura, de qué manera se divulga y cómo funciona en la actualidad específicamente en América Latina y el Perú. Por ejemplo saber si el machismo es igual al patriarcado, ¿cuál es la diferencia?, ¿todas estas son sólo palabras para profesores? No: son conceptos manejados en las leyes, políticas públicas, periódicos, televisión, el colegio y, a veces, en la calle. Por eso es imprescindible saber y conocer esa complejidad.

2. ¿Hay un machismo peruano? Por supuesto y deviene de habernos construido como sujetos nacionales en medio de las guerras y los odios entre conquistados, conquistadas y conquistadores, y de no asumir nuestra bastardía originaria como nación. No podemos achacar toda la culpa de nuestro machismo a nuestros orígenes, pero ellos explican cómo nos hemos concebido como una sociedad estamentaria, fuertemente jerárquica y autoritaria, donde el padre no es la autoridad que provee el sustento (el patriarcado) sino el que pretende “hacer prole” sin responsabilizarse de ella. La irresponsabilidad del varón es otra de las características del machismo latinoamericano.

3. Ubicar, situar, distinguir y señalar el machismo femenino: el machismo  muchas veces es transferido por las propias mujeres en nuestros procesos de crianza. Somos, sin quererlo, las principales divulgadoras del machismo a pesar de que somos las primeras perjudicadas. Debemos de tomar conciencia de esta perpetuación del machismo desde nuestras prácticas de crianza y ser solidarias con nuestro propio género.

4. El victimismo. El otro lado del machismo no es el feminismo, obviamente (ése es solo un cliché). El otro lado del machismo es el victimismo y eso es lo que debemos erradicar. Ser víctima es diferente a autoidentificarse como víctima permanentemente. Lo segundo implica dejar de ser sujeto y permitir que los demás –el padre, los policías, la Iglesia, el Estado– resuelvan en lugar de una misma y de esta manera seguir reforzando la cultura pública del tutelaje. Debemos de romper con el modelo de “sufriente” y asumir nuestra propia voz sin miedo y poder construir un discurso de nuestras vidas y anhelos. Esa es la manera cómo las mujeres podemos responsabilizarnos de nuestros propios destinos.

5. Reorganizar la memoria histórica e incluir a las mujeres: entender que durante la consolidación de las naciones latinoamericanas no sólo se excluyó al indígena sino también a la mujer del concepto amplio de ciudadanía. Por eso tenemos que reorganizar nuestra historia como nación visibilizando a las mujeres que ayudaron a formarla. Hay avances de varias historiadoras (Mannarelli, Guardia).

6. Ser el centro de las leyes, de las teorías, de los análisis, de las normas éticas: asumiendo la cultura de las mujeres como localización de nuestras demandas, podemos alterar nuestra posición subordinada exigiendo un trato diferenciado para muchas prácticas y leyes, no sólo desde una perspectiva de discriminación positiva, sino desde la sexualización de la ley, es decir, un status civil propio desde nuestra condición de mujeres no como excepcionalidad sino como centro organizador.

7. Por último privilegiar tres estrategias: la autoconciencia, la autodeterminación y el empoderamiento.
El machismo, además, suele ser también homofóbico, lesbofóbico y transfóbico y muchas veces colonialista, de tal suerte que hay múltiples ejes que le permiten enraizarse en la sociedad. Por eso mismo, no podemos dejar que permanezca lacrando las mentes y corazones de nuestros niños y niñas: es preciso abrir el mapa de todas las identidades para liberarnos en el núcleo duro de la nuestra.

Publicado en Kolumna Okupa del diario La República, martes 10-03-2015