Escribe Gustavo Oré (CNDDHH)

Un personaje que hasta hace algunas semanas resultaba un peón mediático del gobierno cuando de distraer a la opinión pública se trataba, parece haber brindado su último acto creando una situación de tensión diplomática -una vez más- entre Perú y Chile por sus absurdas afirmaciones y la necia broma grabada en un entorno “amical”. Dicharachero, alegrón de chiste fácil, que linda con la vulgaridad, con más aires de político en campaña que de jefe del Ejército Peruano, Edwin Donayre, encarna la prepotencia, ineficiencia y la falta de transparencia que lamentablemente sigue siendo parte de una de las instituciones más importantes del país.

La personalidad peculiar de Donayre, no es inocua. Quizá hasta puede llegar a interpretarse como una forma inteligente, sea consiente o inconsciente, de  eludir  responsabilidades. Más allá del último suceso y las rocambolescas declaraciones de los cancilleres de aquí y de allá, ha resultado una tarea difícil para la prensa sostener una conversación en serio con este General. Ello puede resultar adecuado para eludir a la fiscalización y a las solicitudes de explicación de determinados actos…

Los cuestionamientos formulados al susodicho general -y no hablamos de su innovación del paso ligero en el último desfile- responden a la conducta asumida por el ejército bajo su comando, principalmente en lo referente a la negativa de brindar información respecto al personal implicado en los casos de violación a derechos humanos que han ocurrido en el pasado y que vienen ocurriendo el día de hoy, información que le ha requerido el mismo Juez San Martín en el proceso judicial que se sigue contra Alberto Fujimori y que no ha tenido respuesta satisfactoria. De otro lado, Donayre no ha aclarado debidamente las imputaciones de corrupción en su contra en el tema de la gasolina y su administración en el ejército; lo cual viene configurando un nuevo “escandalote” que esperamos todos no llegue a la categoría de “faenón”. Expresiones adoptadas en el argot popular que prefiere ironizar para no llegar al desborde de la indignación. 

Desde que asumió el cargo, Donayre quiso empeñarse en acercar al ejército a la población, la sola consonancia fonética con la estrategia anti-subversiva de adhesión a la población implantada por Fujimori y Montesinos -que lejos de ser tal, devino en las conocidas violaciones a los derechos humanos ya conocidas- vaticinaban una gestión que no iba a pasar a la historia por representar esa denominada reserva moral del ejército. Todo lo contrario, el ocultamiento de la información, los indicios de corrupción y violaciones a los derechos humanos, hace que la labor de Donayre al frente del ejército resulte un triste episodio en la historia moderna del ejército y nos siga dando muestras de que no se avanza en estos aspectos.
 
Corrupción y violaciones a los derechos humanos, una nefasta combinación que caracterizó al poder en nuestro país en la década de los años noventa del cercano siglo pasado y que lamentablemente tenemos que seguir denunciando. En su último discurso en Ayacucho, pronunciado entre lágrimas, el general Donayre se empezó a despedir del cargo, con gran emoción pero con poca explicación. No son sus lágrimas o palabras quebrantadas por la nostalgia materia burla, desde luego. Las lágrimas siempre nos deberían llevar sensibilizarnos, a reflexionar, como las muchas que derramaron familiares, madres de hijos que se perdieron en el ostracismo de alguna fosa común y que esperan, simplemente, que se les diga lo que sucedió con ellos y quienes fueron los responsables. Ojalá el próximo General que comande el ejército, entienda de una buena vez que puede hacer una labor verdaderamente patriótica actuando rectamente y separando la paja del trigo. Ojalá  no se pierda en su propio laberinto.