Por Germán Vargas Farías (Paz y Esperanza)
“Este es el Perú de Alan García, prefiero alejarme”, ha dicho el historiador Nelson Manrique, en relación a la salida, mejor sería decir despido, de Augusto Álvarez Rodrich de la dirección del diario “Perú 21”, y ha expresado el sentimiento de mucha gente que ve con estupor cómo el escándalo de los petroaudios va derivando en una suerte de transacción en la que por cada rata, o presunta rata, que cae, también se bajan a alguna persona decente que se niega a convivir con especie tan despreciable.
No voy a decir ahora, como hacen los locutores futboleros no importando el resultado del partido que comenten, que yo ya lo había anunciado. En realidad, no era necesario ser tan agudo para darse cuenta que con García en el poder un nuevo fracaso nos aguardaba. Y no me vengan con la cantaleta de la prosperidad económica pues estoy hablando de podredumbre moral, y esa otra bonanza sólo es tal para un grupo de afortunados, mientras la mayoría observa y va asimilando que su suerte cambiará cuando alguien de la producción de “Bailando por un sueño” toque su puerta.
Me he quedado pensando en eso que Manrique llama el Perú de Alan García, y a medida que repaso y agrupo hechos y situaciones comprendo mejor lo que en su tiempo, hace casi cincuenta años, Luis Alberto Sánchez describiera como un país adolescente, y creo entender la razón por la que Pablo Macera dijera años después que el Perú era un burdel. Pero, ni una cosa ni otra, modestamente creo que el Perú padece de trastorno bipolar o maniaco depresivo, cuadro clínico que se ha ido agravando por diversos factores, pero principalmente por líderes y representantes que han actuado como desencadenantes, alterando el estado de ánimo, los valores, y prácticamente toda la vida de nuestro país.
Quiero decir, entonces, que el Perú de Alan García es un país enfermo, en el que se puede inaugurar una reforma del alma que nadie puede ver ni tocar, que se queda entre los dientes de sus predicadores, y que apenas hará cosquillas a los bribones. En el Perú de Alan García no hay escándalos sino escandaletes, hay delincuentes honorables, y aunque usted sospeche que conoce a la rata mayor del vertedero, ésta puede pasar piola si se adelanta y llama ratas a las demás.
En el Perú de Alan García todo es alegría, y aunque pasaron de moda los cómicos ambulantes falta no hacen pues ahora los hay con uniforme, y a paso ligero. En el Perú de García los ricos se ríen de buena gana, y en conferencias se celebra las ocurrencias o chistes políticos del presidente, sin llegar a saber si realmente los entienden, o se ríen de quien los cuenta.
En el Perú de Alan García se persigue a las instituciones de derechos humanos que, según Giampietri, los Colinas, y Aldo M. persiguen a los militares. Y las lecciones de la guerra interna no se aprenden, para qué, si aunque miles de peruanos la sufrieron, algunos cuantos la pasaron muy bonito.
Este es el Perú de García que debemos cambiar, y sanar, pues aunque a ratos parezca tan gracioso y fascinante, se trata de un enfermo que sin atención oportuna y adecuada puede arruinar su vida, la suya y la mía.