Por Jorge Bruce
Desde siempre, las mujeres han sido consideradas botines de guerra y violadas como instrumento de intimidación o sometimiento contra la población civil. No es preciso remontarse a la antigüedad para hallar esta estrategia. Por el contrario, en las últimas décadas se ha intensificado, informa la jurista canadiense Valerie Oosterveldt. Kuwait, 1990: Cinco mil mujeres violadas por los invasores iraquíes. Dos años después, el mundo se enteró de las violaciones y embarazos forzados en Bosnia, la “purificación étnica”. En 1994 y 1995, se supo de quinientas mil mujeres violadas, torturadas, mutiladas y en su mayoría masacradas en Rwanda. En Argelia, en los últimos años, unas mil seiscientas niñas y muchachas aldeanas fueron secuestradas y reducidas a la condición de esclavas sexuales por grupos itinerantes de islamistas armados. Ante la presión internacional, las violaciones masivas están siendo consideradas como crímenes contra la humanidad. El primero fue el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia.
Pero tampoco hace falta ir tan lejos para encontrarse con miles de casos de violencia de género en tiempos de guerra.
Kimberly Theidon, antropóloga norteamericana, estudió el fenómeno de la “leche con rabia” o “leche con preocupación”, entre mujeres de comunidades altoandinas de Ayacucho. Ella fue quien bautizó a ese fenómeno transgeneracional como la Teta Asustada, en el que se basa la película de Claudia Llosa. Consiste en la creencia de transmitir, vía lactancia, afectos negativos como tristeza, miedo, rabia o vergüenza sufridos como secuelas de la violación. La incómoda verdad que narra, en una imprescindible entrevista con Paola Ugaz en el portal de Terra (Reportaje al Perú), es que los autores de esas violaciones sistemáticas fueron, en su inmensa mayoría, integrantes de las Fuerzas Armadas. Los senderistas se asignaban mujeres, de las que se apropiaban, pero los militares las violaban en grupo. Más aún, revela, hubo sacerdotes que, de acuerdo con el Ejército, arreglaron matrimonios para esas mujeres vejadas y estigmatizadas con los “opas” (tontos) o viejos de los poblados de la región a cambio de dinero (¿la cruz corrompida?). El periodo que estudia Theidon se conoce en quechua como el sasachacuy tiempo, “los tiempos difíciles”, es decir, desde 1980 hasta 1992 y sus investigaciones profundizan lo consignado en el informe de la CVR.
Las madres ayacuchanas estaban tan traumatizadas que en ocasiones llegaban a no alimentar a su progenie y la dejaban morir. Este extremo es fruto de la imposibilidad de procesar el daño sufrido, que deja el tejido psíquico y cultural devastado. Juan Boggino y Diane Kolnikoff son psicoterapeutas de la asociación Primo Levi, en París. Ellos trabajan con mujeres torturadas y violadas, quienes también suelen tener impulsos infanticidas, debido a “una destrucción profunda del individuo, un sentimiento de vergüenza y humillación, tanto más intenso si el crimen ha sido perpetrado ante testigos, la familia, los vecinos”. Estas madres son haitianas o africanas pero las historias son similares. En Rwanda, a los niños nacidos en esas circunstancias se les conoce como “hijos de los malos recuerdos”. Por eso, Theidon tiene razón al enfatizar que no basta el tratamiento de salud mental: es indispensable identificar y enjuiciar tanto a los agresores como a quienes daban las órdenes –así sea un a número simbólico– para dejar de vivir esas consecuencias devastadoras como una culpa interna. Yo agregaría que esa leche contaminada por vivencias catastróficas representa nuestro desafío colectivo de curación y reparación. Negarse a la memoria del horror, sin la cual no se puede valorar el heroísmo, perpetúa el ciclo de la violencia y desampara a mujeres y niñas, quienes siempre llevan la peor parte cuando se desata la barbarie.
http://www.larepublica.pe/el-factor-humano/08/03/2009/hijos-de-los-malos-recuerdos
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