Escribe José Carlos Agüero (CNDDHH)

Hoy terminaron su alegato en el juicio al ex presidente Fujimori los abogados de la parte civil (representantes de víctimas y familiares de los casos Cantuta y Barrios Altos). Tres cosas quisiera destacar de este discurso final, una especie de interpelación final al Tribunal y la opinión pública:

1. Recordar a las personas que sufrieron

Ronald Gamarra, Secretario Ejecutivo de la CNDDHH empezó su intervención recordando una por una a las víctimas, mencionando sus nombres, sus estudios, sus aficiones. Y también sus aspiraciones, pues en la mayoría de casos las víctimas fueron asesinadas muy jóvenes, cuando sus sueños estaban en plena maduración.

Luego recordó a los familiares y sobrevivientes. Y llamó a hacer memoria sobre el largo camino de sufrimiento, de estigma, de miedo, de persecución, de vergüenza, pero también de lucha, de tenacidad, y sobre todo de amor y solidaridad que tuvieron que seguir para llegar hasta este momento frente a un tribunal que tiene la oportunidad de hacerles justicia. Quince años después.

Y es que entre tanta argumentación jurídica, alegatos, pruebas, testimonios, malabares legales y retóricos, cinismo y mentiras disfrazadas con ropajes legales se acaba por perder el sentido final de todo esto: que se trata de gente que ha sufrido hechos terribles -la muerte cruel de sus familiares y el ocultamiento de sus cuerpos- y que además, es sometida al sufrimiento adicional de esperar años y aguardar en la incertidumbre de la justicia peruana.

2. Revalorar a la Comisión de la Verdad y Reconciliación

Fue una constante en las intervenciones de la defensa buscar desacreditar a la CVR, bajo una lógica muy sencilla: si sus integrantes no eran idóneos, si su trabajo fue metodológicamente cuestionable, si su informe no fue objetivo ni claro, entonces aquellas conclusiones que involucran a Fujimori carecen de relevancia. De paso demoler a comisionados e informe beneficiaba a muchos más personajes más allá del ex presidente.

Por ello el ensañamiento de Nakasaki cuando se presentó a las audiencias Carlos Iván Degregori. El abogado de Fujimori buscó desacreditarlo a todo nivel, desde su pasado como izquierdista, su profesión, su colegiatura, sus conocimientos sobre funcionamiento del Estado, sus métodos, su calidad como perito. Razonamiento sencillo del abogado en verdad: deslegitimando al autor del mensaje, el mensaje carece de valor. Pero Carlos Iván Degregori, sabiendo que iba a ser sometido a este ataque aleve, no se amilanó y cumplió con su responsabilidad. Tanto él como el informe fueron defendidos en una exposición que será muy recordada (hablaremos de ella pronto).

Ronald Gamarra también revaloró el informe de la CVR. Señaló su enorme valor, mencionó que mientras acá se discute sobre su importancia de manera interesada, fuera del país se le concede valor incluso como prueba a nivel judicial. Recordó otras comisiones de la verdad o esclarecimiento histórico creadas en América y el mundo para procurar algún nivel de solución a periodos de sistemáticas violaciones de derechos humanos. Y remarcó que han sido instrumentos fundantes, claves para que sociedades que han sufrido lo extremo, puedan reconstruirse en todos los sentidos.

El informe de la CVR, imperfecto, es un patrimonio de todos los que luchan por un mejor país. Si hay que criticarlo, es por que no llegó a profundizar su trabajo como cada persona que vivió la violencia, con su historia particular y digna de ser contada y atendida, hubiera deseado. Pero este es un pedido por más CVR, no un pedido por menos. Y eso nos lleva al último punto.

3. La sentencia a Fujimori es un símbolo de otra cosa, de justicia, de democracia

No son solamente las víctimas y familiares de los casos de Barrios Altos y La Cantuta las que serán reivindicadas por una sentencia justa contra el ex Presidente Alberto Fujimori. Ellos no fueron los únicos que pasaron por situaciones límite ni las únicas que aún esperan por justicia, reparación o noticias de sus parientes desaparecidos.

La justicia no es un patrimonio de particulares solamente, no en este caso por lo menos, donde se trata de juzgar a un ex presidente por las políticas criminales que su gobierno diseñó e implementó y que afectaron a miles de ciudadanos. No cuando se trata de crímenes contra la humanidad.

No se trata tanto de sancionar a la persona Fujimori, finalmente un segundo en larga historia de nuestra nación, como de hacer Justicia con efectos de larga duración en nuestra sociedad.

Se trata de reparar a quienes sufrieron, y si se puede, contribuir a recuperar algo de las relaciones entre personas que han sido tan duramente dañadas, la desconfianza entre nosotros y hacia nuestras instituciones. Se trata de devolver algo de credibilidad en los poderes, en el sistema de justicia, en la democracia realmente existente.

No se trata de revancha, ojo por ojo, venganza, persecución política, ensañamiento con un anciano; no es un asunto de rivalidades entre izquierda y derecha, ni entre buenos y malos, ni entre caviares y pragmáticos, ni entre ONG y Estado.

Se trata de tener esperanza en la Justicia porque sin ella la democracia solo es una farsa. Porque si en casos tan graves como asesinatos, desapariciones, torturas y violaciones no se sanciona a los autores, entonces queda claro que la IGUALDAD, fundamento de la idea misma de democracia solo es verso.

Si no se sanciona por hechos tan graves, notorios y conocidos, donde los ojos del mundo entero están posados, ¿qué pasa entonces con casos menos graves, más cotidianos, que cuentan con menos o ninguna cobertura de prensa, esos casos por los que sufren miles de peruanos diariamente ante abusos de poderosos?

Si no se sanciona es porque hay gente que es intocable, no importa qué cosas horrendas, grotescas y patentes cometa. No importa que sea evidente, que todos sepan que son culpables, que hasta los propios autores asuman actitudes cínicas, conchudas.

Como dijo Ronald Gamarra al final de su intervención: «Estamos acostumbrados a que vayan a la cárcel peces chicos mientras los tiburones nadan en el mar de la impunidad… quien viola ley merece una sanción sin importar si es grande o chico, débil o poderoso, si es gobernante -como en este caso- o un simple ciudadano…»

La sentencia es una oportunidad de cambiar estas viejas tradiciones. Oportunidad de dotar de algo de sentido a palabras e instituciones vacías y exangües como democracia, justicia, verdad, humanidad, respeto por la vida, por las instituciones, por cada persona. Oportunidad de fortalecer y animar la vieja batalla por los derechos y la vida que tantos peruanos y personas en el mundo entero han emprendido y siguen dando, muchos de ellos desde lugares recónditos y en las condiciones más adversas.

Como dijo finalmente Ronald Gamarra: «Que la sentencia del tribunal haga honor a esta lucha ecuménica de búsqueda de justicia y por el imperio del Derecho frente a la impunidad y los crímenes contra la Humanidad».

Esperamos que así sea.