Escribe Germán Vargas Farías

Debo empezar pidiendo disculpas. En verdad, lo siento. Hace varios días me propuse escribir algo amable en esta columna, dulce, casi como habla Raúl Vargas cuando se trata de la gente con poder. Como el director de RPP Noticias, además, yo estaba muy animado por la llegada de la primavera, la baja del precio del pollo y porque soy uno de esos peruanos idiotas que aún cree en su selección. Todo me parecía, como dice esa adefesiera canción que menos mal ya pasó de moda, bonito. Hasta que la vi.

Y la escuché, claro está. Entonces, debo anunciar que hoy no me da la gana escribir nada simpático pues me voy a referir a una señora a la que no le da la gana ser transparente. Una congresista que confiesa que sus principios son limitados, y los contradeciría si acepta dar explicaciones sobre el dinero del Estado que maneja. Perdonen, no se las he presentado aunque seguramente ya la conocen: Lourdes Alcorta del Perú, señoras y señores. La arrojada legisladora que se siente ofendida, y según ella todos sus colegas, debido a las investigaciones periodísticas sobre los gastos operativos de los congresistas.

Nos quieren desprestigiar, ha denunciado Alcorta. Y no sé si por venganza, o para arrancarnos cualquier ilusión, nos ha asegurado que el Congreso es fiel reflejo del país. ¡Eso sí que es maldad! Venir a decir eso, justo cuando Gisela Valcárcel nos estaba haciendo creer que se pueden alcanzar los sueños a pesar de Magaly Medina. Justo en el momento que empezaba a olvidar que Gustavo Espinoza y Carlos Torres Caro eran dos “padres de la patria”, y los relacionaba con una banda de atracadores cuya inminente captura había anunciado ya el director general de la PNP.   

Sospecho ahora que Lourdes Alcorta habrá llorado emocionada cuando escuchó a Torres Caro decir, en ese revelador diálogo con Gustavo Espinoza,  “No, no, aquí es el bienestar de nosotros primero. Antes de pensar en el bienestar del país tiene que estar el bienestar tuyo”. ¡Cuanta espontaneidad, caray! Y dicho nada menos que en casa del  entonces candidato a la presidencia del Congreso de la República, presidente ahora, Javier Velásquez Quesquén.

Optimista sin remedio, siempre pensé que políticamente no nos podía ir peor. Craso error. Muchas veces ocurre. Luego del funesto segundo gobierno de Belaúnde vino Alan García, más flaco y antiimperialista diría Evo, y fue -en eso hay unanimidad- un desastre. Pasó García y llegó la mafia, con Fujimori a la cabeza. Nunca se había visto tanta porquería y basura en un gobierno.

En el caso del Congreso no ha sido diferente. Hubiera querido que hoy le negáramos la razón a González Prada cuando decía: “Los Congresos sucederán a los Congresos, pareciéndose los unos a los otros, como los camellos se transmiten sus jorobas y los cerdos su gruñido”, o cuando profetizaba en relación a los congresistas de su tiempo, lo que seguramente muchos diremos ahora con respecto a la mayoría de nuestros representantes:

“Cuando transcurran los tiempos, cuando nuevas generaciones divisen las cosas desde su verdadero punto de mira, las gentes se admirarán de ver cómo pudo existir nación tan desdichada para servir de juguete a bufones y criminales tan pequeños”. Pese a todo, permítame que le diga, “descanse en paz, don Manuel”.