Escribe Gustavo Oré (CNDDHH)

La presentación en esta semana del documental sobre la masacre de Lucanamarca en 1983, nos debe llevar a la reflexión y a la acción, desde la perspectiva que el paso de más de veinticinco años nos hacen ver.

Johan Galtung, politólogo internacional y mediador en más de 40 conflictos, sostiene que existen tres tipos de violencia: La violencia directa, la estructural y la cultural: La violencia directa es la que podemos percibir y nos lastima profundamente como humanidad, la que no hace falta definir, es aquella que generó que se mataran a 69 personas en Lucanamarca. La violencia estructural, se manifiesta en las injusticias, la pobreza, la exclusión, y en muchos casos, devienen en la primera forma de violencia descrita. La violencia cultural, es la que justifica la violencia y la legitima en una sociedad.

Lucanamarca es más que un ejemplo de violencia directa, es una muestra de la bestialidad, del horror llevado a niveles inimaginables, donde el grupo terrorista “sendero luminoso” asesinó a bebés, mujeres embarazadas y niños. Puede ser comparado con el ensañamiento de hutus sobre tutsis en Ruanda, que generó más de un millón de seres humanos muertos en menos de un año; o con las dantescas cámaras de gas que un puñado de salvajes con antifaz humano construyeron en el holocausto judío o, recientemente, el cruel bombardeo de los gobernantes de este mismo pueblo judío contra el pueblo palestino, produciendo más de 1,000 muertos en unos cuantos días. No debemos olvidar nunca estos hechos para no repetirlos.

Pero la violencia estructural también formó parte de Lucanamarca y sigue siendo parte de otros pueblos del Perú, con una pobreza y precariedad manifiesta, donde el Estado Peruano no llegaba y, para su desgracia, sí llegaron las escuelas populares de “sendero luminoso”. Así debe ser entendida la pobreza y la exclusión, como formas de violencia que permitimos como sociedad y que el Estado –más allá de un discurso- sigue ejerciendo sobre su pueblo. Esta forma de violencia genera respuestas desesperadas, equivocadas y sangrientas como el surgimiento de grupos subversivos; es silenciosa pero avanza lentamente como un cáncer que cuando se manifiesta directamente, puede ser demasiado tarde

La violencia cultural, es la más peligrosa desde nuestra perspectiva, pues justifica estas acciones, las legitima; ésta forma de violencia es la que llevó al demente de Guzman a decidir que las pobladoras y pobladores de Lucanamarca eran traidores a su “revolución” y había que masacrarlas. Pero también esta misma violencia cultural es la que justificó que a Olegario Curitomay, identificado por el pueblo como líder senderista se le quemara vivo, lo que devino en la brutal reacción de las huestes terroristas.

Este último tipo de violencia es la que genera decisiones gubernamentales como la creación del destacamento Colina y el asesinato de estudiantes y personas trabajadoras confundidas con terroristas en La Cantuta y Barrios Altos, es la que impulsó a que se produjera la atroz matanza de Putis.

La violencia cultural es la que no permite distinguir que en una situación de conflicto, no se puede reaccionar a la brutalidad con brutalidad. Lamentablemente, políticos, periodistas y mucha gente que critica a las organizaciones de derechos humanos no se dan cuenta que llevan aprendida esta forma de violencia, la cual es conveniente que todas y todas aprendamos a desaprender para construir una cultura de paz estructural y una paz cultural, cambiando nuestra forma de entender las situaciones. Sí, es posible, somos la mayoría quienes no deseamos que se repitan hechos como los de Lucanamarca y que estamos de acuerdo con la sentencia impuesta, en un acto de justicia, al líder de esta organización que se encuentra purgando su cadena perpetua.