Cuarenta años después de la declaración de igualdad, la construcción de la ciudadanía femenina continúa inacabada: “tú cuidas, yo produzco”

Por Jennie Dador Tozzini
Coordinadora Nacional de Derechos Humanos

Corría el año de 1979 cuando se proclamó la igualdad entre los sexos. Nunca había visto una mujer como ministra de Estado, serían las de educación y salud, las primeras. Hoy, cuarenta años después, son solo tres las mujeres que integran el gabinete.

Desde entonces vi caer códigos y leyes que reglamentaban la vida en base a privilegios y abusos patriarcales. Las mujeres dejamos de ser “señora de”, abandonamos la obligación de seguir al marido al domicilio conyugal y recuperamos la administración de nuestros bienes, pero lo más significativo vino en 1991, cuando el Derecho reconoció que la libertad sexual es un bien que merece protección y que dentro del matrimonio existe la libertad sexual, es decir, los cónyuges necesitaban del consentimiento de su pareja para mantener relaciones sexuales, lo contrario constituye una violación sexual.

Sin embargo, subsisten discursos sexistas, incluso en las más altas autoridades, que relegan a las mujeres al mundo doméstico, como soporte y complemento perfecto del varón “trabajador ideal” y “ciudadano invulnerable” que colabora con la democracia y compite con sus iguales, pero no reconocen que no sobrevivirían sin la intervención de otras personas –las mujeres cuidadoras- que los cuidan desde el nacimiento, porque los ciudadanos no nacen adultos, ni se mueren gozando de plenas facultades. Así, la idea del selfmade man, de ese hombre que no le debe nada a nadie que se ha hecho a sí mismo es una fantasía omnipotente de la mitología de las democracias modernas (Jesús Izquierdo).

Por ello, algunos consideran que el trabajo doméstico no remunerado y los cuidados, esos que cada semana ocupan 17 horas de las mujeres peruanas, son la plusvalía de la que se apropia el patriarcado y un subsidio para el capitalismo, gravoso para las mujeres que lo realizan y transfieren gratuitamente su tiempo a los hombres, que no deben ocuparse de alimentar a los niños ni de cuidarlos cuando se enferman. ¿Esto qué nos dice? Que el poder de los hombres en la sociedad es generado por el trabajo gratuito de las mujeres. Así, con los años él va adquiriendo valor en el mercado laboral y político y las mujeres lo vamos perdiendo.

Además, se trata de deconstruir la idea de que el trabajo de cuidados es una tarea de las mujeres y, propone generar una redistribución que permita equilibrar el cuidado, involucrando a los hombres, de otras formas e intensidades distintas a las hasta ahora observadas.

En ese sentido, urge la creación de un Sistema Nacional de Cuidados que impulse una visión corresponsable de la organización social del cuidado, enfatizando el “reconocimiento” de los cuidados como trabajo, la “reducción” de las horas que las mujeres dedicamos a esta tarea, la “redistribución” del cuidado al interior del hogar y en la sociedad, capaz de deconstruir la idea que el trabajo de cuidados es una tarea de las mujeres y, genere una redistribución involucrando a los hombres, al Estado, mercado, comunidad y familias. Además, de “recompensar” y “representar”, con miras a garantizar la negociación colectiva de las trabajadoras y trabajadores remunerados del sector cuidado.