Por Rocío Silva Santisteban
A veces los analistas políticos, sean politólogos, sociólogos o poetas, parten de información basada en datos periodísticos con los que llegan a generalizaciones preocupantes (“el cambio del modelo económico al parecer no está en agenda”) o a lugares comunes (“las marchas han sido eficaces para expresar una protesta”). Otras veces incluso, extrapolan lo que sucede en Lima a nivel nacional, de tal suerte que siendo ellos mismos los que reconocen la importancia de los movimientos regionales, siguen aminorando sus efectos o, en todo caso, generalizando los hechos limeños a escala-país. Algo de eso ha sucedido cuando se dice que las últimas marchas de jóvenes contra la Ley Pulpín son la primera expresión masiva del descontento desde el año 2000. Esta afirmación es completamente errada.
La movilización que dio origen al “Baguazo”, por ejemplo, fue unánime en la Amazonia, desde Bagua hasta Pucallpa: fue un paro con bloqueos de carreteras que movilizaron a casi 10 mil indígenas durante más de tres meses, pero como no apareció en la televisión parece que no hubiera existido hasta el fatídico 5 de junio de 2009. Asimismo las marchas anti-Conga en Cajamarca fueron multitudinarias, movilizando desde caseríos lejanos hacia la capital del departamento a campesinos, campesinas así como ronderos y ronderas, que luego caminaron hacia Lima en la Gran Marcha del Agua de febrero del 2012, congregando a su paso por la costa a una masa de indignados que los respaldaron en cada pueblo. Pero como tampoco salió en los medios tradicionales pareciera que no hubiera existido. Los medios y los analistas invisibilizan procesos sociales y luego, ¡oh!, se sorprenden ante los resultados de cambios dramáticos en la política.
Es falso que los jóvenes no hayan salido a las calles desde hace una década: últimamente lo hicieron contra la Repartija del 2013; contra la designación de Martha Chávez como presidente de la Subcomisión de Derechos Humanos del Congreso ese mismo año; por la Unión Civil para parejas del mismo sexo y en el año 2011 no olvidemos la gran movilización con un altísimo componente de jóvenes denominada “Fujimori nunca más” que no solo se dio en Lima sino paralelamente en Arequipa, Piura, Chiclayo y otras ciudades del Perú. Son hitos que han venido entretejiendo un sentir ciudadano y una manera de preservar la democracia: ejerciendo presión en las calles por los derechos o ante la amenaza grave de un gobierno con los mismos sátrapas de décadas anteriores.
Todos sabemos que los derechos son productos de duras conquistas y “okupar las calles / tomar las calles” ha sido la forma, desde las revueltas campesinas de la baja edad media en Flandes, en que el pueblo llano ha sabido quebrar en el aire la mano del Estado opresor, sea este monárquico o “democrático”. En todo el orbe. Desde Tiananmen hasta “Ocuppy Wall Street” son las plazas y las calles los espacios donde se baten cuerpo a cuerpo protestantes y represores.
Hoy, en nuestro país, la juventud con su ímpetu y su organización horizontal está proponiendo una cuarta marcha en menos de un mes. Jorge Rodríguez, del Foro Juvenil de Izquierda, uno de los voceros de las marchas contra la Ley Pulpín, ha declarado el domingo en La República algo que me parece fundamental como análisis de un cambio en la sensibilidad de los jóvenes frente al statu quo: “en estas marchas ha aflorado la necesidad de cuestionar radicalmente el modelo económico”. Por eso, columnistas de opinión, les sugiero un par de vueltas por la realidad para que no les sorprenda un reposicionamiento político en este Año de la (terca) Cabra.
Publicado en Kolumna Okupa del diario La República, martes 06/01/2015