Por Ronald Gamarra Herrera
Al andar se hace camino
A. Machado
Artículo publicado en «Codehica», revista de la
Comisión de Derechos Humanos de Ica, Nº 119, feb 2010
¿Debemos celebrar o denostar sobre el proceso de construcción del Lugar de la Memoria en Lima? ¿Debemos apoyar a quienes están en la tarea de impulsarlo o por el contrario, debemos denunciarlos? ¿Debemos contraponer este supuesto proyecto elitista y de notables a proyectos regionales o desde la base? ¿Debemos dialogar abiertamente sobre el tema o debemos pelearnos entre todos, sin oírnos? ¿Debemos comprender que el presidente de la comisión encargada de este proyecto se entreviste con representantes de las fuerzas armadas o debemos desenmascararlo como agente militar? ¿Qué debemos hacer?
No creo tener toda la razón de mi parte, pero sí creo que plantear las cosas así nos puede llevar a falsas confrontaciones. Y a debates poco constructivos. Pero bueno, los debates vienen como vienen, y no como uno los desea.
Empecemos entonces paso por paso.
El ahora Lugar de la Memoria es un esfuerzo, una promesa, una posibilidad. Ojo: todavía no existe. Podría no existir, frustrarse. Se está construyendo sobre bases muy precarias, políticas, sociales, económicas. Puede quedar como muchas otras cosas en el país, como una triste “primera piedra” o un eternamente construido tren eléctrico.
Políticamente el escenario es complejo. Hasta hace poco nada más, el Gobierno se había negado tajantemente a él, apoyado por los sectores militares y más conservadores del país. No aparece como prioridad de ninguno de los partidos o líderes que empiezan su carrera electoral. Es una papa caliente que puede hacer perder miles de votos. ¿Qué pasará en el próximo gobierno, qué pasará en el actual? Lo sabemos nosotros, lo sabe Vargas Llosa y su comisión, lo sabe cualquiera que haya vivido lo suficiente en nuestro Perú: nada está asegurado. Por eso hay que apresurarse por hacer algunas cosas que hagan que el proyecto sea irreversible.
Económicamente la cosa no es buena tampoco. El dinero con el que cuenta la comisión del museo proviene de la cooperación internacional. Hay algunas promesas de fondos, igual, de fuera (promesas). El gobierno ha adelantado que no piensa asignarle presupuesto pero que sí quiere supervisar su marcha. Las ONG ya sabemos como es esto, la presión y el intento de limitar nuestra acción por el lado de una supervisión abusiva, como la que ha pretendido imponer la APCI en numerosas ocasiones.
El sustento institucional es aún menos sólido: las autoridades más altas desestiman su valor, los actores políticos no le asignan prioridad, las iglesias mantienen una posición expectante, las fuerzas armadas o atacan frontalmente el proyecto o buscarán influir en este para que su visión oficial de la historia predomine. Muchos en la sociedad civil por su parte, se encuentra por ahora en el plano duro de las exigencias y el deber ser. No representan tampoco un soporte real para el proyecto.
¿Qué lo sostiene entonces, cómo sobrevive, cómo no se lo han desaparecido como a otras instituciones o programas incómodos como el Consejo de Reparaciones, el Plan Nacional de Derecho Humanos, el Acuerdo Nacional? Creo que porque cuenta con el respaldo de la comunidad internacional y sería un escándalo. También porque hasta cierto punto la opinión pública, un poco difusamente, le brinda su respaldo (véase las encuestas). Y también, por qué no reconocerlo, por el prestigio que ha prestado -por ahora- Vargas Llosa.
Reconocer esta debilidad no significa renunciar a tener respecto de este proyecto, de su comisión, de su gestión, de su propuesta de contenido, una actitud vigilante y crítica. Algo así como “no la toquemos porque se rompe”. Para nada. Es sólo reconocer lo real. Para quizá ajustar nuestra actitud, aquilatarla, enfocarla con más precisión.
El movimiento de derechos humanos al cual pertenezco, tiene una posición y un discurso respecto de la historia de la violencia política, de los crímenes que entonces se cometieron y de las responsabilidades que de ella surgen, penales y políticas. Y que se plasman del mejor modo en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Hemos batallado largos años por contraponer a la historia oficial, de olvido, ocultación e impunidad, la verdad y las memorias de los que sufrieron la violencia, de todas las violencias, de los sin voz.
Esa es nuestra posición. Por eso trabajamos en los tribunales, porque también de hitos de justicia está hecha la memoria. Por eso trabajamos por reparaciones, porque el reconocimiento público de lo que les sucedió a personas y comunidades es una forma de atender el daño. Por eso hemos difundido el informe de la CVR e impulsamos que se incorpore en la educación pública. Por eso acompañamos y apoyamos los proceso de exhumación y luego, restitución de restos (sí, tan escasos), porque esos acontecimientos pueblan la memoria de nuestros pueblos.
Por eso promovemos y apoyamos con nuestras siempre escasas fuerzas y medios los diferentes esfuerzos que colectivos, agrupaciones artísticas, asociaciones de afectados impulsan sobre el tema. Por eso acompañamos los procesos que surgen desde las propias comunidades para resolver sus conflictos y sus deudas con el pasado y la guerra.
No creo que sea justo plantear la cuestión en términos de un mueso construido por procesos regionales, o populares y enfrentarlos a los limeños y elitistas. ¿No es mejor verlos todas como expresiones válidas, todas apoyándose, todas, todas sobre todo, siempre insuficientes?
El Museo de ANFASEP, el Ojo que Llora, el memorial en Putis o Lucanamarca, o el Museo itinerante Arte por la Memoria, no restan valor o hacen fútil o innecesario al Lugar en Lima. Todos son memoriales complejos, ninguno es expresión pura de la sola bondad y el bien, todos son parte de procesos políticos o micro políticos. Todos tienen su propia pequeña historia detrás.
No. Yo creo que en estos momentos las memorias florecen, con dificultad, por todo el país, y que ninguna tiene el destino asegurado ni acabará siendo exactamente lo que deseamos nosotros ni desean los que la van construyendo, los actores, las víctimas, los ciudadanos de tantas partes asoladas por la violencia.
Pero sí podemos luchar por conseguir que sea lo más cercano a lo que pensamos y deseamos. Por eso ahora, puede ser buena idea seguir debatiendo y por lo menos, darle el beneficio de la duda a los que trabajan en el Lugar de la Memoria. No por ingenuos. No para vendernos. No para ceder a la triste real politik.
Para tener un punto de partida para construir. La llegada no está garantizada, queridos amigos. Pero sí la fidelidad entre todos para dar la batalla. Participemos.