Por Germán Vargas Farías

Cómo quisiera lanzarte al olvido.
Cómo quisiera guardarte en un cajón.
Cómo quisiera borrarte de un soplido.
Me encantaría matar esta canción.
(Maná: Vivir sin aire)

Si Yehude Simon renunciaba por apenas cinco minutos a ser el tonto inútil que, entusiasmado, ha aceptado ser, y se hubiera esforzado en ese lapso por mostrar más astucia que el “Chapulín Colorado”, habría podido hacer algún intento para lograr la aprobación de la donación del gobierno alemán para la construcción del Museo de la Memoria, honrando de alguna manera  el compromiso hecho en sus oficinas ante más de veinte personas pero, sobre todo, mostrando siquiera una vez ese gesto de dignidad que muchos, sentados, aún esperan.

Pero no, asaltado por una variedad no conocida del vitiligo, esa enfermedad que a Michael Jackson le va despigmentando la piel pero a Yehude parece degenerarle la conciencia, somos involuntarios testigos de un cuadro clínico realmente penoso. Ojalá fuera sólo el personaje despintado que aparece en la historieta de Juan Acevedo, y no uno que miente, teme y se acomoda creyendo, quizás, que puede granjearse el cariño de grandes y chicos, oscilando entre caricaturas que bien podrían llamarse Chapulín Simon y Yehude Jackson.

En estas mismas páginas, cuando Yehude asumió el premierato, escribí que, habiéndolo conocido cuando estuvo recluido en Castro Castro, me había impresionado su talante conciliador y ese aire paternal que lo había convertido en un referente para las autoridades, la mayoría de los internos y para quienes desarrollábamos servicio pastoral en la cárcel. Recordaba que ese Yehude no se parecía en nada a ese otro que conocí a través de la revista “Cambio”, y a quien censuré -sin dejar de leer- años atrás. Decía, además, que siendo yo creyente en el cambio de las personas, excepto de los idiotas con poder, me alegré de su conversión. Mutación que pareció confirmarse en su carrera política post encierro. Al menos hasta entonces.

Pero el espectro de Yehude no sólo se ha unido a otros para negarnos un Museo de la Memoria, sino que se ha embarcado en la nave infame de quienes pretenden determinar lo que se debe recordar y debemos olvidar. Ha dicho el izquierdista (demasiado) maduro, cuando se le ha preguntado por los cuestionamientos en materia de derechos humanos que se le hace al gobierno al cual sirve: «Sí pues, pero siempre estamos mirando eso y no miramos el presente ni el futuro. Creo que nunca podemos borrar de la memoria las cosas, y en el caso de El Frontón puede haber responsabilidades políticas, si tú lo quieres, pero no penales. Yo no apuesto por perseguir fantasmas”.

Yehude, sin ser original, apuesta por afirmar la gobernabilidad presente, no importando si ella se arraiga en la amnesia institucional, y apuesta por los éxitos del futuro negando la dignidad de miles de compatriotas que claman y luchan por la reivindicación de sus seres queridos. Son esos los fantasmas a quienes pretende ignorar Yehude, fantasmas de las víctimas que en otros tiempos de repente celebró.

Mas no se puede vivir sin memoria, aunque ésta duela y provoque pavor a tantos. Lo que sucede -pensé que Yehude ya lo había aprendido- es que la verdad es más fuerte que los miedos, rencores y vergüenzas de los cobardes. Parafrasearé a Hildebrandt: podrán negarnos un museo, pero no podrán negar la historia.